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FELIC. Tello, no hay que porfiar, Porque es tanta su tristeza Que no deja de llorar. Si en esa torre la tienes, ¿Es posible que no vienes A considerar mejor Que, aunque te tuviera amor, Te había de dar desdenes? Si la tratas con crueldad, ¿Cómo ha de quererte bien? Advierte que es necedad Tratar con rigor a quien Se llega a pedir piedad.

Hoy veré yo tu soberbia, Don Tello, puesta a mis pies. D. TELL. Cuando hubiera mayor pena, Invictísimo señor, Que la muerte que me espera, Confieso que la merezco. D. ENR. Si puedo en presencia vuestra... CONDE. Señor, muévaos a piedad Que os crié en aquesta tierra. FELIC. Señor, el conde don Pedro De vos por merced merezca La vida de Tello.

El rico-hombre se aproxima á él temeroso, é intenta arrojarse á sus pies; pero el Rey lo mira con desprecio y continúa leyendo. Don Tello balbucea que ha venido, llamado por orden del Rey; Don Pedro le pregunta quién es, pero no escucha su respuesta.

SANCHO. ¡Ay, que me muero de amor Y estoy rabiando de celos! Salen DON TELLO y ELVIRA. ELVIRA. ¿De qué sirve atormentarme, Tello, con tanto rigor? ¿ no ves que tengo honor, Y que es cansarte y cansarme? D. TELL. Basta, que das en matarme Con ser tan áspera y dura. ELVIRA. Volverme, Tello, procura A mi esposo. D. TELL. No es tu esposo; Ni un villano, aunque dichoso, Digno de tanta hermosura.

PELAYO. De otra manera había Un rey que Tello en un tapiz tenía: La cara abigarrara, Y la calza caída en media pierna, Y en la mano una vara, Y un tocado a manera de linterna, Con su corona de oro, Y un barbuquejo, como turco o moro. Yo preguntéle a un paje Quién era aquel señor de tanta fama, Que me admiraba el traje; Y respondióme: "El rey Baúl se llama." SANCHO. ¡Necio! Saúl diría.

PELAYO. Si lo quiere el cielo, Juana, Sucederá por lo menos... Que habremos llegado a casa, Y pues que tienen sus piensos Los rocines, no es razón Que envidia tengamos dellos. JUANA. ¿Ya nos vienes a matar? SANCHO. ¿Dónde está señor? JUANA. Yo creo Que es ido a hablar con Elvira. SANCHO. Pues ¿déjala hablar don Tello? JUANA. Allá por una ventana De una torre, dijo Celio.

REY. Ofendido del rigor, De la violencia y porfía De don Tello, yo en persona Le tengo de castigar. SANCHO. ¡Vos, señor! Sería humillar Al suelo vuestra corona. REY. Id delante, y prevenid De vuestro suegro la casa, Sin decirle lo que pasa, Ni a hombre humano, y advertid Que esto es pena de la vida. SANCHO. Pues ¿quién ha de hablar, señor?

Mas como siempre yerra Quien de su justa obligación se olvida, Al señor desta tierra, Que don Tello de Neira se apellida, Con más llaneza que arte, Pidiendole licencia, le di parte. Liberal la concede, Y en las bodas me sirve de padrino; Mas el amor, que puede Obligar al más cuerdo a un desatino, Le ciega y enamora, Señor, de mi querida labradora.

Concluída esta ceremonia, empezaba una crápula de esas de hacer temblar el mundo y sus alrededores. Entre esos bohemios del vicio era mucha honra poder decir: Yo soy chuchumeco legítimo y recibido, no como quiera, sino por el mismo Pablo Tello en persona, con botija abierta, arpa, guitarra y cajón.

Aquí parece faltar una octava en que Sancho refiriera el "caso tan atroz, enorme y feo", que le había ocurrido y que D. Tello debía haber ignorado a aquellas horas de no haber sido él su autor. En general, este pasaje en octavas debe estar bastante viciado. dijo de , dijo . "Boca que dice de no, dice de ." Refrán en el Comendador Griego, cit. por Cuervo.