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Actualizado: 27 de junio de 2025
Sus propósitos no podían, sin embargo, ser aquella mañana mejores, ni sus intenciones más rectas: celebrábase al día siguiente el santo del padre rector con una jira de campo famosísima, allá en la playa de Biarritz, y el mísero Tapón, condenado por tres o cuatro sentencias a recluimiento perpetuo, proponíase, con un día entero de observancia completa, alcanzar el indulto general de sus condenas y el sobreseimiento de las diez o doce causas que, por diversos atentados, conatos e infracciones de la ley, se le seguían ante el tribunal del padre prefecto.
Y sacando el bolsillo el funesto papel arrancado a la mosca el día antes, púsolo ante los ojos de Tapón, dilatados por el espanto, y tornó a gritarle lívido de ira: ¿Conoces esto?...
Los otros que estaban en la cueva se pudrían tras el gigantesco tapón de mineral que los había aislado del mundo. De muchos de ellos ni los nombres se conocían. Habían llegado á las minas poco antes y los capataces sólo anotaban sus apodos. Tal vez en algún rincón de España los esperarían aún, creyendo que cuanto más larga fuese la ausencia mayores serían los ahorros.
Las manos carecían de dedos; los brazos se habían acortado y eran aletas ó informes muñones; las mejillas ocultaban bajo placas de algodón el zarpazo de la granada, igual á una cicatriz cancerosa; la horrible oquedad de la nariz desaparecida se disimulaba con un tapón negro sujeto á las orejas.
El gozo de Tapón fue imponderable: había realizado la teoría de las palomas mensajeras.
Rióse este al verla, y extendiendo la mano prontamente, cogióla por el papel; la mosca echó a volar dejando su molesto apéndice en manos del niño, y la pobre criatura, alborozada con la presa, púsose a leer el contenido de la misiva... Mas su gozo desapareció de repente, tornándose lívido al descifrarla, dando una media vuelta en el asiento cual si le hubiesen aplicado un hierro candente, fijando una mirada de odio feroz, de rabia pronta a desbordarse en el inofensivo Tapón, que muy alborozado, lanzaba al aire en aquel momento su decimosexto clamor de «¡Muera el padre Bonnet!». A espaldas de ambos seguía el malayo con maligna curiosidad aquella muda escena, que tenía a la vez mucho de infantil y de terrible.
Cuando llegaron a lo más hondo de la playa, donde los peñascos se erguían solitarios, y el ruido del mar ensordecía y espantaba, y ya no se escuchaba la algazara de los niños ni se descubría rastro alguno de hombres, volvióse Tapón lleno de zozobra y miró a su compañero tímidamente; mas este, empujándole hacia adelante, le dijo: ¡Anda!... ¿Tienes miedo?...
Reinó allí un silencio profundo, oyóse misa con devota compostura y tomóse luego un pareo desayuno; hubo entonces un momento de expectación general, de angustiosa perplejidad... Apareció el padre prefecto, el temido ejecutor de las solemnes justicias, y mandó salir de las filas a Tapón y a otros seis sentenciados.
Paco Luján volvió lentamente la cabeza hasta esconderla entre ambas manos como anonadado; clavóse en ella los agarrotados dedos temblando de rabia, y dos lágrimas, dos lágrimas de esas que rara vez se derraman a los quince años, brotaron de sus ojos y surcaron sus mejillas; la ira las secó al punto, como seca una gota de agua el simúm del desierto... Había leído en aquel papel una grosera chocarrería en que se mezclaban el nombre de su madre y encubiertamente el de Jacobo, firmada por el hijo de aquel hombre odiado, el mismo Alfonsito Téllez, el inofensivo Tapón, el diablillo de olor de rosa como le llamaba el rector del colegio, para expresar al mismo tiempo su sencillez de ángel y su travesura de diablo. ¡Qué golpe aquel tan inesperado y tan horrendo!
Palabra del Dia
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