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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Resuena acaso el canto levantado En los oidos sordos de la muerte? Cabezas que animó fuego sagrado, Manos dignas del cetro y de la lira, Yacen talvez en túmulo ignorado En este campo que ninguno admira. No leyeron el libro portentoso Que enriquece del tiempo la corriente: La pobreza con soplo silencioso Congeló de sus génios el torrente.

Alzóse hasta las cumbres Del alto Chimborazo, Y allí con fuerte brazo Tu corazon clavó; Y cual en noble túmulo Brilla la urna de oro, La urna de nuestro lloro Allí vierte esplendor. Torrente de dolores Por Dios atesorado, Cual dictamo sagrado Que destiló el amor! ¡Oh corazon que fuiste El cáliz de amarguras, A las espadas duras el templo del honor!

Ignoraba igualmente qué había debajo de aquel túmulo: un cuerpo entero tocado por la muerte con mano discreta, ó una amalgama de restos informes destrozados por el huracán de acero... ¡Y no le vería más! ¡Y aquel Julio que llenaba su pensamiento sería simplemente un recuerdo, un nombre que viviría mientras sus padres viviesen y se extinguiría luego poco á poco al desaparecer ellos!...

Lubimoff no puede contener su extrañeza. «¿Aquí?...» Ve un túmulo de tierra sin adorno alguno, sin nada que lo diferencie de los otros, y que no le infunde ninguna emoción. Mira con inquietud á su acompañante. ¿No se habrá equivocado?... ¿No estarán ante la sepultura de un pobre militar muerto de sus heridas?

«Flor inodora, «Que alhaga dulcemente los sentidos «Y que insensible el corazon no adora.» Y lo estrelló en la roca solitaria Que es á la vez su túmulo y altar. La isla de Santa Elena. Estos versos fueron escritos en 1837, cuando aun no se habian trasladado á Francia las cenizas de Napoleon.

Subieron, en esto, al teatro, con mucho acompañamiento, dos principales personajes, que luego fueron conocidos de don Quijote ser el duque y la duquesa, sus huéspedes, los cuales se sentaron en dos riquísimas sillas, junto a los dos que parecían reyes. ¿Quién no se había de admirar con esto, añadiéndose a ello haber conocido don Quijote que el cuerpo muerto que estaba sobre el túmulo era el de la hermosa Altisidora?

Entró el entierro en la Iglesia de San Pedro, el cadáver de Marcilla fue colocado en un gran túmulo y diose principio al Oficio. La infeliz Isabel, no pudiendo resistir mas, abrió al dolor la llave, dio rienda suelta al llanto, y abalanzándose cubierta a donde estaba el féretro, esclamó: ¿Es posible que estando tu muerto, tenga yo vida?

Déjenme; si no, por Dios que lo arroje y lo eche todo a trece, aunque no se venda. Ya en esto, se había sentado en el túmulo Altisidora, y al mismo instante sonaron las chirimías, a quien acompañaron las flautas y las voces de todos, que aclamaban: ¡Viva Altisidora! ¡Altisidora viva!

Altisidora -en la opinión de don Quijote, vuelta de muerte a vida-, siguiendo el humor de sus señores, coronada con la misma guirnalda que en el túmulo tenía, y vestida una tunicela de tafetán blanco, sembrada de flores de oro, y sueltos los cabellos por las espaldas, arrimada a un báculo de negro y finísimo ébano, entró en el aposento de don Quijote, con cuya presencia turbado y confuso, se encogió y cubrió casi todo con las sábanas y colchas de la cama, muda la lengua, sin que acertase a hacerle cortesía ninguna.

Levantáronse los duques y los reyes Minos y Radamanto, y todos juntos, con don Quijote y Sancho, fueron a recebir a Altisidora y a bajarla del túmulo; la cual, haciendo de la desmayada, se inclinó a los duques y a los reyes, y, mirando de través a don Quijote, le dijo: -Dios te lo perdone, desamorado caballero, pues por tu crueldad he estado en el otro mundo, a mi parecer, más de mil años; y a ti, ¡oh el más compasivo escudero que contiene el orbe!, te agradezco la vida que poseo.

Palabra del Dia

condesciende

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