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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Era la influencia del medio, la marcha hacia el país de la esperanza, que trastornaba diariamente en todos los cerebros las tímidas y estrechas apreciaciones del viejo mundo. En el buque se hablaba a todas horas de cientos de miles de pesos, de campos de leguas y leguas, de terrenos cuyo valor podía centuplicarse en un sólo día.
Aquella mujer, antes esclava sumisa, se atrevía á desafiar su cólera; luego estaba bien convencida de que no podía vivir sin ella. Devoró su enojo y se guardó en adelante de dirigirle ninguna burla mortificante. Sólo con muchas precauciones y mirándola siempre á la cara se autorizaba de vez en cuando algunas bromitas tímidas y cariñosas que más parecían caricias.
Venía a sentarse allí porque le gustaba contemplar el mar desde la altura. Sentíase mejor a la sombra de la torre; ningún amigo le turbaba con su presencia y podía componer libremente los versos de un romance para el próximo baile en el pueblo de San Antonio. Jaime sonrió al oír las tímidas excusas del cantor. Seguramente que sus versos eran dedicados a alguna atlota.
Admiraba los heroicos expedientes discurridos por este hombre hacerse rico sin apelar a la vulgaridad del trabajo ordinario, reservado a los otros mortales. Y así permaneció Isidro algún tiempo, escuchando los planes del aventurero desorientado que iba a América con cuatro siglos de retraso. La honradez en alarma de sus oyentes formulaba tímidas observaciones.
Todos se agregaban á ella, por el contagio del entusiasmo; el oficial unía su mano con la del soldado; las graves señoras levantaban las piernas y perdían el sombrero; las señoritas tímidas gritaban, con los cabellos sueltos; los rostros femeninos tenían esa expresión de locura entusiástica que sólo se ve en los días de revolución.
Sus lágrimas, surgiendo de pronto en este ambiente hostil, podían ser una señal de combate; iban a producir la explosión de todas las cóleras contenidas que adivinaba en torno de ella. No... ¡no! Y el esfuerzo de su voluntad sólo servía para hacer mayor su angustia, obligándola a humillar el rostro como las bestias dulces y tímidas, que creen salvarse del peligro ocultando su cabeza.
Las parientas de la señora Aubry se retiraban, algo azoradas, por la llegada de algunas jóvenes, cuyas toilettes elegantes personificaban, a sus ojos de provincianas tímidas, la temible insolencia del lujo parisiense. Las recién llegadas, Mabel d'Ornay, la señora de Blandieres y sus hijas, manifestaron gran regocijo al ver a Huberto. ¡Qué feliz encuentro, señor Martholl!
Las hembras son más tímidas que los machos y están indefensas. Si se las daña, no saben más que llorar y agitarse dolorosamente lanzando miradas de desesperación.
En cuanto pisó el despacho del antiguo periodista las fuerzas le abandonaron por completo. Dejose caer en un diván, y los sollozos, largo tiempo comprimidos, estallaron, amenazando romperle el pecho. A los ojos de Rivera brotaron también las lágrimas y, sentándose al lado de su desdichado amigo, le dirigió tímidas palabras de consuelo. Bien sabía que para aquel dolor no había consuelo posible.
Marchaban al paso, tímidas, anonadadas, haciendo comentarios en voz baja, siguiendo de lejos a una compañera infeliz que, retorciéndose y gritando como una fierecilla en el cepo, era arrastrada por un alguacil.
Palabra del Dia
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