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Actualizado: 3 de junio de 2025


Peores golpes habían caído sobre él en su vida. Y se dedicó á sermonear á los pequeños para que fuesen prudentes. De todo lo que habían visto, ni una palabra á nadie. Eran asuntos que convenía olvidarlos. Y lo mismo repitió á su mujer, que hablaba de avisar al médico. Valía esto tanto como llamar la atención de la justicia. Ya iría curándose él solo; su pellejo hacía milagros.

Era natural que la conversación recayese sobre el asunto más propio, a interesar, en aquel círculo orgulloso, la vanidad de todos, y no me extrañó, por lo tanto, ver renovar la eterna tesis de la superioridad moral de la nobleza.

Quedate, amigo! queda enhorabuena, Porque si yo acabáre aqui la vida En esta empresa de peligro llena, Tu puedas á mi madre dolorida Consolar en el trance riguroso, Y á la esposa de tanto querida.

El joven pensaba que los frailes habían tenido miedo a las exaltaciones del señor Vicente, comprendiendo que su santa locura un tanto andariega no podía permanecer en un convento. Pero vivo lo mismo continuó que si perteneciese a una orden. Tengo mi regla. Un señor sacerdote me escribió en un papel lo que debo hacer a todas horas, y sigo sus indicaciones, bajo pena de desagradar al Señor.

Sintió el joven que la sangre se helaba en sus venas y quedó un momento inmóvil, como clavado en el suelo, mudo de estupor, inconsciente de cuanto le rodeaba; luego se repuso un tanto y al volver a darse cuenta de lo que había pasado alzó a Magdalena como una pluma y la llevó en sus brazos lejos de aquel salón en el que se saboreaba una felicidad que podía costar tan cara.

Multitud de gente, tanto de la villa como de no pocos lugares cercanos, circulaba por la vía pública, acudía a la plaza, donde seguía la feria como en la noche antes, o se agolpaba en la carretera por donde había de ir la procesión, saliendo de la iglesia de Santo Domingo, que era la parroquia, y volviendo a entrar en ella después de haber dado gentil paseo por las calles principales.

Yo, en agradecimiento, te guardaré un rinconcito para cuando subas.» Y la pobre mujer conmovíase tanto al soñar despierta, que las lágrimas titilaban en sus ojos, haciendo brillar las pupilas sin vida. ¿Ahora Hora usted...? preguntaba Tónica . Pero ¿qué le pasa? Nada, absolutamente nada.

Nada se atrevió a preguntarle; pero al día siguiente, que era domingo, esperó muy de mañana a la criada vieja de doña Carmen, y acercándose a ella cuando salía de la iglesia le rogó que le siguiese hasta su despacho del balneario, donde, primero con astucias y luego con ofertas trató de averiguar lo que tanto deseaba saber.

Cuento con un medio, un medio facilísimo, infalible, de abrirme paso hasta nuestra paisana; nuestra paisana me recibiria; no se me esconde que esta entrevista seria tal vez la única página interesante de estos desaliñados apuntes; pero aquel palacio negruzco, casi agorero, me infunde temor, tanto temor, que no me acude ánimo ni para describirlo.

A veces era tanto su temor, que dejaba caer la palmatoria y volvía corriendo arrojando gritos. Amalia se enfurecía entonces, la pellizcaba, la golpeaba, pretendiendo que fuese otra vez al sitio designado. La criatura se dejaba martirizar y se hubiera dejado matar antes de hacerlo. En una de estas ocasiones le dijo sonriendo ferozmente: ¡Ah! ¿Conque la señorita es tan medrosa?

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