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Estos manantiales se elevan en medio del río, formando caprichosos surtidores cuyas aguas en ebullición caen entre nubes de espeso humo en las ondas del río. Si bellas son las solfataras del río, bellísimos lo son sus vecinos manantiales incrustantes de Maglagbong.

Hasta entonces, los que habían salido de Hamburgo fingían ignorar a los embarcados en Boulogne, navegando juntos sin saludarse por el mar de Gascuña y de Cantabria, extensión de lívido azul bajo un cielo gris. La vista de pequeñas ballenas chapoteando en el golfo entre surtidores de espuma les había hecho cruzar algunas palabras nada más, replegándose a continuación en su huraño aislamiento.

En la representación de la loa aparecía una barquilla, brillante como la plata, tirada por dos grandes peces y rodeada de tritones y nereidas, que cantaban y bailaban en el agua. En la barca estaba sentada en su trono la diosa del mar con una urna, de la cual salían varios surtidores, y con un traje largo y de muchos pliegues, de los cuales surgían también en todas direcciones otros surtidores.

Al borde mismo del mar, un sendero pedregoso pasaba por encima de un acantilado cuyo pie estaba horadado y formado por rocas desprendidas. Las olas se metían por entre los resquicios de la pizarra, en el corazón del monte, y se las veía saltar blancas y espumosas como surtidores de nieve. Algunos chicos no se atrevían a asomarse allí, de miedo al vértigo; a me atraía aquel precipicio.

Ana oía vagamente los ruidos de la cocina donde Pedro disponía con voces de mando los preparativos de la comida; el rumor de los surtidores del patio y las carcajadas y gritos de su marido, de Visita, de Edelmira y de Paco, que iban y venían por las escaleras, por los corredores, por la huerta, por toda la casa. No había visto al Provisor entrar.

Adquiriéronse terrenos y plantas y arbustos al efecto, y vinieron jardineros de extranjis, que cobran caro, eso , pero que bordan cuanto ejecutan en el arte; y allá van candelabros, y allá van surtidores, y canastillas, y glorietas, y toldos y diabladuras.

Sueña la luz crepuscular del cielo en la difusa paz de sus salones, y es su mano en los rojos almohadones una magnolia astral de terciopelo. Leve se agita en el temblor de un vuelo la rosa que agoniza en los jarrones. Es la hora santa de las ilusiones, que llega y pasa sin rozar el suelo... En un ambiente a nardos evangélicos deshojan los llorosos surtidores su inspiración de bardos arcangélicos,

El respetuoso Sa-Tó, descorrió las cortinas y me hallé en un jardín obscuro y silencioso, donde, entre sicomoros seculares, kioscos iluminados, brillaban con una luz suave, como colosales linternas perdidas en la selva. Los surtidores y las fuentes murmuraban en la sombra.

Divertido era este espectáculo, sobre todo cuando restallaban los airosos surtidores de las mangas de riego, y los chicos se lanzaban a la faena, armados con tremendas escobas.

Las espumas, luego de elevarse junto a la proa formando dos surtidores de leche pulverizada, resbalaban por los costados en grandes redondeles semejantes a los anillos de luz sideral. Corrían de proa a popa las aguas removidas, dos ríos verdes, agitados, tumultuosos, abiertos en la inmovilidad azul del Océano.