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Yo, aunque tonta, bien lo que hay aquí, y es que el Primer Cónsul, Emperador, Sultán, o lo que sea, quiere acometer a los ingleses, y como no tiene hombres de alma para el caso, ha embaucado a nuestro buen Rey para que le preste los suyos, y la verdad es que nos está fastidiando con sus guerras marítimas.

En Constantinopla mismo, un Imperio cuasi agonizante, una civilización cuasi naciente, y un sultán cuasi ilustrado con costumbres cuasi europeas. En Inglaterra, una industria y un comercio, monopolio cuasi del mundo; un orgullo nacional cuasi insufrible; y otro cuasi rey que no decide cuasi nada; una mayoría cuasi whig. Un gobierno cuasi oligárquico, que tiene la audacia de llamarse liberal.

Al Sultán sólo se le escuchaba de vez en cuando estas palabras: Falta el collar de perlas. Y los cortesanos en voz baja se hacían el eco diciendo: Entre otras cosas que pueden faltarle a la Princesa, se echa de menos el collar de perlas.

A los de más edad, y casi ciegos por los años, se les mandaba que entrasen en el bosque a inquirir y ver las circunstancias de aquella presunta catástrofe; a los cojos se les daba prisa para que fuesen a llamar los guardias, y a los mudos se les conminaba para que fuesen a relatar al Sultán los pormenores de tamaña desventura. Todo era desorden, todo confusión.

Las cosas en tal punto, veo que aparece en la estancia Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana, y prosternándose diez veces ante el Sultán, y tocando otras tantas la tierra con su frente, dijo: Príncipe de los creyentes, un loco que días ha vaga cantando y danzando por la ciudad, habrá una hora que en medio del estupor que ha causado la nueva de la catástrofe de la Sultana y del alboroto que ha movido el descubrimiento de su enfermedad, púsose de nuevo a bailar en el Zuc de los benimerines y en voz clara cantaba: A la Sultana nadie la cura, si no es el rey de la locura.

Si quieres, hermano Mohamad, ver entrar a la muchacha por estos salones, danzando y triscando como una hurí celeste, con sus frescas mejillas hechas rosas, y dos soles por ojos, cantando como un ruiseñor y parlando como una mujer hecha y derecha, deja que me la lleve por tres días... Eso no respondió el Sultán.

En fin, el Sultán llegó a cierto lugar del bosque en donde los árboles clareaban, alzándose en lo más desembarazado un hermoso peral cargado de fruta. Una fuente pintoresca, que se despeñaba por el fauce de una retorcida cueva, completaba aquel delicioso paisaje.

«Entre las mujeres que entonces tenía el sultán Amath, era la más querida una cierta señora andaluza, que fué cautiva en uno de los puertos de España; ésta holgaba notablemente de oir representar á los cautivos christianos algunas comedias, y ellos, deseosos de su favor y amparo, las estudiaban, comprándolas en Venecia á algunos mercaderes judíos, para llevárselas, de que yo vi carta de su embajador entonces para el conde de Lemos, encareciendo lo que deste género de escritura se extiende por el mundo, después que con más cuydado se divide en tomos.

Habló entónces el quarto, y dixo: Yo soy rey de los Polacos; la suerte de la guerra me ha privado de mis estados hereditarios; los mismos contratiempos ha sufrido mi padre: me resigno á los decretos de la Providencia, como hacen el sultan Acmet, el emperador Ivan, y el rey Carlos Eduardo, que Dios guarde dilatados años; y he venido á pasar el carnaval á Venecia.

El sultán hubiera podido también lanzar contra la ciudad la caballería selecta de los guardias de su persona, que eran cerca de doscientos, y ocho terribles elefantes para la pelea y dirigidos por hábiles cornacas negros. Esto fue lo primero que logró evitarse merced a un dichoso golpe de mano.