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Actualizado: 17 de octubre de 2025


Allí me recibieron en palmas; fui socio del Rat Penat, de la Sociedad de Agricultura, de la Academia de la Juventud Católica... De pronto, un verano no volví a aparecer más por Valencia, porque había vuelto a caer enfermo en Petrel, y aquí comenzó mi calvario. »¡Cuánto he sufrido y cuánto sufro, querido Antonio! Mi vida ha fracasado; podía haber sido algo y no he sido nada. ¿Por qué, por qué?

Además continuó ella , ¿cuándo triunfará Ra-Ra?... Yo lo deseo, aunque esta victoria signifique la desgracia de mi padre y la desaparición del gobierno de las mujeres. Así podría vivir tranquila, sin las angustias que sufro actualmente, pues temo de un momento á otro ver preso y condenado á muerte al hombre que amo. Pero ¿es posible esa victoria?... Cada vez la veo más lejana.

Y cuando se empieza a escribir, como cuando se comienza a hablar, es inevitable el balbuceo. Me faltan las palabras, huyen los conceptos, se eclipsan las imágenes y se me enreda el discurso. ¡Ay, Dios mío! Sufro lo indecible con este encrespamiento, con esta rebeldía de formas, rasgos, ideas y vocabulario.

Nuestra mayor victoria es el dominio sobre nuestros nervios; la sensación más exquisita es regir nuestra sensibilidad. «La perfección está hecha con nadas y es algo más que nada la perfección» dice Miguel Angel, que sabía modelar, no sólo las figuras, sino también las almas . Es una desdicha que nuestro propio carácter sea el obstáculo de nuestra felicidad. «Nada puede hacerme daño, excepto yo mismo dice San Bernardo ; el mal que me agobia lo llevo conmigo y jamás sufro realmente sino por mi culpa». Alude el santo varón a los disgustos que dimanan de nuestro carácter, de nuestra irritabilidad, de nuestra intemperancia, de los enconos de nuestro pobre corazón.

He sufrido tanto, sufro todavia tan cruelmente imirame! ila muerte no te ha cambiado tanto, como yo debo parecerlo a tu vista! tu me amaste demasiado tiernamente y mi amor era digno del tuyo. No hemos nacido para atormentarnos uno y otro de este modo por culpable que haya sido nuestro amor.

Esta, miró a su vez al sobrino, y el semblante se le anubló, de pronto... Vamos, pues, ¿qué dices? ¡Que la quiero a usted mucho tiíta de mi alma, y que sufro de veras por la pena que la estoy causando! La abrazó repetidas veces, con efusión. Déjame, no me aprietes tanto... ¿De modo que... eso no te alcanza? ¡Habla, habla!

Me es duro hablarles así y sufro más yo diciéndoles estas cosas que ustedes mereciéndolas; pero hemos salido de Buenos Aires dejando ustedes virtualmente una promesa, y yo me he encargado de que la cumplan contando con ustedes que al aceptar la idea de este viaje se ponían a mi servicio; es decir, al de un propósito honesto y digno, en cuya consecución el mayor beneficio será para ustedes.

Nunca sabrás lo que sufro... ¡Vivir junto a ti, enervarse con tu aliento, sentir consumirse de amor, sin atreverse, sin poder manifestarlo... éste es el tormento que me acibara todos los instantes del día... bien lo ves, no puedo renunciar a él, no puedo separarme de ti sin morir!

Pesándome hablar siempre en español, tengo amigos franceses sólo para hablar en francés una hora al día; me trato con los operistas para hablar una vez a la semana en italiano; aprendí griego por conocer una lengua que no habla nadie; y sufro las impertinencias de un inglés a quien trato, por darme a entender en el idioma en que decía Carlos V que hablaría a los pájaros.

Y como la joven permaneciera muda, enloquecida por aquella situación nueva que había creado la confesión de Juan, éste añadió, interpretando mal su silencio: ¡Pero míreme por favor, vea cuánto sufro! ¿No merezco su piedad? ¡Ah, tenga piedad! ¡Piedad, solamente! Involuntariamente, ella volvió hacia él su cabeza recostada sobre un almohadón.

Palabra del Dia

aprietes

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