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Actualizado: 19 de julio de 2025
Había pensado que, si era de otro, sin duda cumplía una obra fructuosa: nadie podía acusarla por eso, nadie podía distraerla de aquella obra. Conocedora de las vías secretas del corazón, sabía cuáles son las palabras que mitigan y curan, las palabras suaves como un ungüento.
Por eso nuestros Misioneros pusieron todo esfuerzo desde los principios en exterminar y arrancar este vicio, y juntamente aquellos festines y banquetes; usaron de muchos medios, ya suaves, ya severos, de romper los cántaros, reprenderlos, derramarles la chicha y deshacer sus brutales juntas, cosa que les provocaba á cólera y á venganza á aquellos bárbaros, que se enfurecían y exasperaban tanto, que muchas veces echaron furiosamente mano á las macanas y á las flechas para matarlos.
Sorpresa causó, pues, aquella noche ver entrar al peludo diplomático en el caritativo taller de las hilas y acercarse a la condesa con la más risueña de sus caras y el más expresivo de sus gestos; ella dejó escapar al verle una ligera exclamación de infantil alegría, y acrecentó el pasmo de todos gritándole con sus mimitos más suaves: ¡Butrón... un trapito!... Nada, nada, aquí no se quieren ociosos... Venga usted a sacar hilas conmigo... Allí, junto a mí, en mi mismo trapo...
Lo que yo pido para mi hijo exclamaba es que le gusten las artes y encuentre una mujer como tú. ¡Entonces vale la pena el haber nacido! El pequeño Mario tenía ya cerca de cuatro años. Era un niño fresco, sonrosado, con grandes ojos suaves y límpidos y una boca de cereza plegada siempre por sonrisa angelical.
Tú, tú, tú tienes la culpa díjole Sofía de mal talante, aplicándole tres suaves coscorrones porque si no te hubieras metido allí... Ya sabes que va tras de ti donde quiera que te encuentra.... ¡Qué buena pieza!
Tenía el corazón henchido de suaves sentimientos; una ternura inefable invadía su alma, y se dijo: ¿Por qué no he de querer yo a esta niña también? ¿Por qué no he de decírselo? Agitado por este deseo súbito, se levantó de la silla y entró en casa con la esperanza de encontrar a Maximina y expresarle lo que en aquel momento sentía.
Había en sus grandes ojos azules algo que recordaba el cielo, algo a la vez triste y sereno, candoroso y profundo, que comunicaba a todo su ser cierto poderoso y triste encanto, semejante al que infunde en el alma la inocente sonrisa de un niño huérfano. Acogióla la madre con sus más suaves mimitos y díjole al oído, abrazándola, que le traía una noticia muy buena, muy alegre, muy grande...
No obstante, había quien la prefería a Presentación por la dulzura de sus grandes ojos, suaves, hermosos, por la frescura nacarada de su tez, por lo macizo y bien torneado de su talle. Pero eran los menos. Presentación se había vuelto de espaldas por completo.
Este pecho, dos ojos negros rasgados que suaves y muelles de amoroso fuego brillaban, las mexillas animadas en púrpura con la mas cándida leche mezclada, una nariz que no se semejaba á la torre del monte Libano, sus labios que así se parecian como dos hilos de coral que las mas bellas perlas de la mar de Arabia ensartaban; todo este conjunto en fin persuadió al viejo á que se habia vuelto á sus veinte años.
Por consolarme arrendé una hermosa circasiana, que era la mas cariñosa persona á solas con un hombre, y la mas devota en la mezquita. Una noche, entre los suaves gustos de amor, exclamó dándome un abrazo: Alah, Ilah, Aláh, que son las palabras sacramentales de los Turcos; yo pensé que fuesen las del amor, y dixe con mucho cariño: Aláh, Ilah, Aláh.
Palabra del Dia
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