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Actualizado: 24 de junio de 2025
Cuando terminaron y hubieron tomado el café con algún espacio, Tristán propuso salir a tomar el fresco y dar una vuelta por casa de sus tíos y ver a los niños, pues aquéllos con Araceli no vendrían del Sotillo hasta la mañana siguiente.
Es decir que aquel hombre no sólo no había hecho caso de la resuelta despedida que le daba en su carta, sino que llevaba su osadía hasta presentarse en el Sotillo. ¡En el Sotillo, donde después de la marcha de su marido no había puesto ella misma los pies por temor de cometer una profanación!
En esto ve Cirilo un carro de bueyes que había venido a traer madera. «¡Eh, buen hombre! ¿Quiere usted llevarnos al Sotillo?» «Por allí tengo que pasar; amóntense ustedes.» ¡En un carro de bueyes! exclamó Elena. Tristán se excusó de no haberles visto aunque había venido en el mismo tren.
Cuando leyó la carta antes de enviarla comprendió que no estaba bien, que todo aquello era ridículo. Sin embargo no quiso escribir otra. Alzó los hombros con desdén y exclamó sonriendo maliciosamente: «¡Bien está! Que lo tome como quiera.» En el Sotillo sintió los únicos momentos de sosiego que había disfrutado desde hacía quince meses.
Tristán cumplió su compromiso llevando al Sotillo a su amigo Núñez, previamente anunciado hacía tiempo. Clara lo recibió con toda la expansión de que era capaz su carácter circunspecto. Se trataba de un amigo íntimo del elegido de su corazón y se esforzó en mostrarse locuaz y afectuosa.
En poco más de tres horas alcanzaron el Sotillo, que dormía el sueño profundo y tranquilo del labriego. Ladraron los perros furiosos, pero al oír la voz del cochero se amansaron repentinamente. Elena subió a las habitaciones de su marido. Este al sentir el ruido del coche y los ladridos de los perros se había vestido apresuradamente.
Apenas hay necesidad de preguntarlo, porque en medio de ese páramo, el Sotillo viene a ser un jardincito abrigado y delicioso... Y a propósito, ¿cuándo me llevas al Sotillo? Hacía ya algún tiempo que Núñez le venía instando para que le llevase a ver la posesión de su futuro cuñado, de la cual se hacían lenguas en Madrid.
En el transcurso de este tiempo su padrastro había muerto: el niño que el matrimonio había tenido y que Germán conocía, también: sólo vivía una niña, nacida después que él se marchara a América. La finca del Sotillo estaba hipotecada y corría riesgo de pasar a manos de acreedores. Germán envió bastante dinero para rescatarla y mantuvo a su madre y a su hermana con holgura.
Tristán, prometiendo hacerlo, dilataba la presentación por cierto vago recelo que en momento ni ocasión alguna podía desechar de si. Por esto y aún más porque el nombre del Sotillo le trajo de nuevo a la imaginación la intriga indigna tramada contra él, su semblante volvió a obscurecerse. Núñez no reparó o no quiso reparar en ello y le apretó con su desenfado habitual para que le señalase día.
Nuestro joven la miró entonces con más atención y bajando de su pedestal académico la trató con menos condescendencia. Se vieron a menudo, unas veces en casa de Escudero, otras en el Sotillo, adonde éste solía ir con su familia algunos días. En cada una de estas entrevistas el sabio ateneísta perdía un poco de su majestad.
Palabra del Dia
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