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Actualizado: 20 de junio de 2025
¿Y el señor cura, viene alguna vez? La mujer exclamó duramente: ¿El cura?... No, por cierto... A ese ni lo conozco. Estoy segura de que vendría si usted quisiera verlo. ¿Para qué? Hizo un movimiento brusco de protesta y cayó pesadamente, sin poder incorporarse. ¿Qué iba a hacer aquí el cura?... No quiero sotanas ni hombres negros a mi alrededor.
Malo era el fanatismo, pero el capital era peor. No había en los barrios bajos un elemento de activa propaganda contra las sotanas. El Magistral era allí más despreciado que aborrecido.
Expónme ahora tus deseos, claros y concretos. «¡Castelar tenía razón!... ¡Indudable era que las sotanas partían con las faldas el imperio del mundo!...» Y mientras esto pensaba Jacobo, con cierto rabioso despecho, que le hacía aún más antipático al padre Cifuentes, púsose a trazar un plan encantador, un verdadero idilio aristocrático, mitad campestre, mitad feudal, que fue exponiendo poco a poco y por partes.
El buen Fortunato estaba en un apuro, no tenía dinero para pagar una cuenta de un sastre que había hecho sotanas nuevas a los familiares de S. I. Y el sastre, con las mejores maneras del mundo, pedía los cuartos en un papel sobado, lleno de letras gordas, que el Obispo tenía entre los dedos. El alfayate llamaba serenísimo señor al prelado, pero pedía lo suyo.
Los curas, valga la verdad, también hablaban del suceso inopinado, como lo llamaba Mourelo. El ex-alcalde Foja se paseaba en medio del Arcediano, el ilustre Glocester, y del beneficiado don Custodio, el más almibarado presbítero de Vetusta. No solía el liberal usurero acompañarse de sotanas, pero aquella tarde había juntado a los tres enemigos del Magistral la importancia de los acontecimientos.
Las Cortes Constituyentes eran un volcán, un respiradero del infierno para las negras sotanas que formaban corro en torno del periódico desplegado. Por cada satisfacción que les proporcionaba un discurso de Manterola, sufrían disgustos de muerte leyendo las palabras de los revolucionarios, que asestaban fuertes golpes al pasado.
No entraban en la casa sino sotanas; y de tal manera la admisión de seglares estaba prohibida que, cuando Gregoria echó novio, no se sabe cómo, en medio de aquel cautiverio, aunque para esta clase de pesca las mujeres son muy duchas, se vió y se deseó para comunicar con él.
Libre ya del temor al párroco, Obdulia empezó a frecuentar la nueva casa del excusador y a ejercer en ella una alta vigilancia. Enterábase de la ropa blanca, del estado de las sotanas, de los alimentos que más placían al padre, de las particularidades de su cama. Algunas veces venía a ayudar al planchado o llevaba para aplanchar en su casa aquellas cosas más delicadas, como las albas y los roquetes, recosía las medias que se habían roto, quitaba las manchas de las sotanas, etc.
Al día siguiente, D. Benigno dijo a su amiga con mucho misterio: Es preciso mandar a su casa a este subdiácono. Es un espía carlista.... ¡Barástolis! tan bueno es Juan como Pedro, y entre las chaquetas de los desalmados y las sotanas de estas culebrillas no se sabe qué escoger. Dicho y hecho.
Junto a la borda, otros hombres barbudos fumaban en largas pipas, y de vez en cuando sus manos rojas y escamosas se hundían bajo las sotanas forradas de pieles para agitar con fuertes rascuñones los harapos invisibles. Tenían que abrirse paso los marineros en esta muchedumbre compacta e inmóvil que bebía sol y aire fuera del encierro de los sollados.
Palabra del Dia
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