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La cavidad torácica nos presenta sensaciones variadas, sin dolores vivos; las punzadas sordas, los estremecimientos, las constricciones y opresiones, son las mas ordinarias y comunes, y los dolores lancinantes detrás del esternon y en algunos puntos del pulmon, son fugaces.

Limitábanse a coger del brazo a las mujeres y a irlas sacando al patio: era una lucha parcial, en que había de todo: chillidos, pellizcos, risas, palabras indecorosas, amenazas sordas y feroces.

Dirán que esto es verdad las sordas fuentes, Y sus hojas harán lenguas los árboles: Tanto es el bien de poder ser su esposo.

Navegaba el buque como si avanzase entre algodones, sin un choque, sin el más leve balanceo. Su profunda quilla parecía resbalar sobre rieles invisibles. Las aguas, al partirse ante su vientre, eran sordas y no levantaban jaboneo de espumas. Los ojos, habituados al azul intenso del Océano, parpadeaban con cierta extrañeza ante la extensión amarilla, semejante por su color a una pradera seca.

Algunos civiles de caballería, con el sable desenvainado, caracoleaban para dejar libre el tránsito, atropellando a veces a la gente, que dejaba escapar sordas imprecaciones contra la fuerza pública.

Pero, he ahí que un estremecimiento agita el aire. Una onda, un movimiento se ha producido, allá abajo. Se diría que las torres se han bamboleado y se hunden, dulcemente, en la onda taciturna, como si las cimas hubieran producido un ligero vacío en el cielo brumoso. Entonces las ondas tienen una luz más roja, las horas transcurren sordas y lánguidas.

Cuando se daba cuenta de haberse entregado a estos éxtasis humanos, seducida por las voces sordas de la Naturaleza, un espíritu de religiosa austeridad la hacía estremecerse, y su alma, poseída del afán del martirio y de la santidad, respondía con todas sus escasas fuerzas al reclamo implacable de aquel afán.

Trabajo les costaba reprimir los impulsos de abrazarse que se les iban y venían. En cambio, si el escrito pertenecía al género bélico y tocaba a somatén, parecía que les daban a beber una mistura de pólvora y alcohol. Montaban en cólera tan aína como se encrespan las olas del mar. Sordas exclamaciones acompañaban y cubrían a veces la voz de la lectora.

Comprendieron todos, y Butrón el primero, a qué carta aludía Currita, y exclamaron en coro general, que dejaba sobresalir bastante las sordas notas de la envidia: ¿Te ha escrito la reina?... replicó Currita ; me escribe invitándome para la primera comunión del príncipe Alfonso en Roma...

Conocía la casa donde cada prebendado iba a pasar la tarde después del coro, los nombres de las señoras o de las monjas que les rizaban las sobrepellices, y las rivalidades sordas y feroces entre estas admiradoras del cabildo que se esforzaban por vencerse blanqueando y planchando la batista canonical.