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Actualizado: 23 de junio de 2025
Quevedo concentró toda su vida, toda su actividad, toda su atención en sus oídos, y en efecto, oyó unas levísimas pisadas como de persona descalza, que se detuvieron junto á la puerta del bufón. Durante algún espacio nada se oyó. Luego se escucharon sordas y contenidas las mismas leves pisadas, se alejaron, se perdieron. ¿Es él? dijo Quevedo.
Le entraban irritaciones sordas a la vista de objetos dejados por él, un par de zapatos viejos y torcidos, una faja de lana roja pendiente de una percha, una colilla negra y pegajosa, caída en el suelo.
Algunas cartas de correligionarios, con fechas recientes, estaban llenas de sordas acusaciones. Sus compañeros de Rusia se quejaban a una voz de su silencio, de su tibieza; le reprochaban que no mantuviese ciertas promesas con las que ellos contaban, y casi le acusaban de traición.
Amparo tiene el corazón demasiado grande para que no sufra comprimido por los caprichos monjunos y por las mil penalidades sordas y continuas del claustro; en una palabra: Amparo se ha arrojado en una tumba, y es necesario sacarla de ella antes que la tierra de esa tumba la cubra y la sofoque.
Tenía que hacer prodigios de economía en la nueva existencia que llevaba con su padre en aquella casucha. Y encima de las estrecheces y preocupaciones de la miseria, había de sufrir el reproche mudo de los ojos de su padre, el rezo de maldiciones sordas con que parecía azotarla cada vez que se aproximaba, arrancándolo de sus reflexiones.
¡Pa ti!... ¡pa ti!... Los viejos prorrumpían en amenazas sordas. ¡Mala puñalá te den, beato roío! ¡Anda a que te... zurzan, ladrón!... Y Dupont, desde lo alto, abarcaba en una mirada lacrimosa sus campos, sus centenares de trabajadores que se detenían en el camino sin duda para saludarle, y participaba su emoción a los allegados. ¡Un gran día, amigos míos! ¡Un espectáculo conmovedor!
La inquisición aún vive entre nosotros; no tememos a la hoguera, pero nos causa pavor el «qué dirán». La sociedad estacionada y refractaria a toda innovación es el Santo Oficio moderno. El que desentona, saliéndose de la general y monótona vulgaridad, se atrae las iras sordas de la gran masa escandalizada y sufre el castigo.
Así que refrescaba el viento, las cabezas medio sumergidas se coronaban de espuma, lanzando rugidos; montañas de agua penetraban sordas y lívidas en la marítima garganta, y había que izar la vela y huir cuanto antes de este callejón, caos ruidoso de remolinos y corrientes.
El movimiento de los muelles tenía para él cierta música evocadora de su juventud, cuando navegaba como médico de trasatlántico; chirridos de grúas, rodar de carros, melopeas sordas de los cargadores.
Se lo llevó al gran salón, que estaba ahora desierto, y le hizo sentarse al piano, empezando á recitar á toda voz, con acompañamiento de arpegios. Pero las gentes no podían despegarse de la atracción de la mesa, y permanecieron sordas á los versos de la dueña de la casa, aunque fuesen ahora servidos con música.
Palabra del Dia
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