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Actualizado: 20 de junio de 2025


Intentó el capellán disuadirla: temía que se cansase, que se enfriase al atravesar los salones, al bajar al claustro. La señorita no dio más respuesta que dejar la labor, envolverse en su mantón y echar a andar. Cruzaron a buen paso la fila de habitaciones extensas, desamuebladas, casi vacías, donde las pisadas retumbaban sordamente.

Fulano, el senador, quebrado; la casa tal y compañía, quiebra fraudulenta; el corredor B., desaparecido; Mengano, en descubierto por doscientos mil pesos; éste, por quinientos mil; aquél, obligado a hacer cesión de bienes... A cada nombre conocido se eleva un clamor del grupo, como si Rocchio diera un pinchazo en carne viva; las caras se alargan y los comentarios se suceden sordamente.

¿Por qué quieres saber? preguntó con desaliento . ¿Qué adelantas con eso?... ¿Serás acaso más feliz cuando sepas?... Calló durante algunos pasos, y luego dijo sordamente: Para amar no es preciso conocerse. Todo lo contrario: un poco de misterio mantiene la ilusión y aleja la hartura... El que quiere saber nunca es dichoso. Siguió hablando.

El perro indignado ante aquel recibimiento tan poco hospitalario, gruñó sordamente, enseñándole al mismo tiempo su robusta dentadura y su encendida boca. ¿Estará rabioso? se preguntó el hombre. Y dándose él mismo una respuesta afirmativa, le arrojó el palo con fuerza y entró en la casa gritando: ¡Un perro rabioso!... ¡Mi escopeta, mi escopeta!

Pero enmedio del pasillo me estremecí como si saliese de una pesadilla, vi repentinamente el disparate que iba a hacer, y dejé caer el vaso al suelo. No era un disparate, era un crimen horrible el que ibas a cometer dijo sordamente el conde, que sudaba de congoja.

Aquellos años de lectura al azar y sin los escrúpulos y temores de estudiante, abatían sordamente muchas de sus firmes creencias; rompían la horma que los amigos de la madre habían metido en su pensamiento; le hacían soñar con una vida grande, de la que no tenían ni noticias los que le rodeaban.

Todo hace suponer que la lucha que ruge sordamente en los distintos grupos sociales entre el precepto religioso y los ideales laicos ha de acentuarse cada vez más. Ni siquiera, pues, puede con justicia tachársele a Álvarez de inactual.

Estas últimas palabras las acompañó el ayudante con un gesto expresivo, traspasando el aire con los dedos de punta, lo mismo que si los estuviese introduciendo por un cuerpo humano. Don Rosendo hizo un gesto de repugnancia, y guardó prolongado silencio. Al cabo, manifestó sordamente: Lo que sentiré es que estas malditas agujetas no me permitan tirarme a fondo. ¡Ca, hombre, ca!

Los aldabonazos suenan sordamente, una vez, dos veces. Después se oyen pasos en el interior; la llave gira, y una luz amarillenta se esparce fuera, en la claridad de la luna. ¡En nombre del cielo! ¡qué cara trae usted! exclama asustada la criada. Y la puerta se cierra. El se deja estar allí largo tiempo, con los ojos fijos en el sitio por donde ella ha desaparecido.

Nuncita protestó todavía sordamente, como una chica mimosa, hasta que las miradas severas de su Hermana mayor la hicieron callar. Pero todavía estuvo buen rato enfurruñada. A veces, sin saber por qué, se mostraba díscola y rebelde en sumo grado. Necesitaba Carmelita hacer gala de toda su autoridad para someterla. Mas, ordinariamente no sucedía así.

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