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Actualizado: 20 de julio de 2025
El conde le arrojó una mirada altiva, volvió la espalda y se fué hacia casa. La condesa y Pedro corrieron al sitio donde yacía el perro luchando con las ansias de la muerte. El pobre animal levantó la cabeza lentamente, y pareció decirles con una mirada angustiosa: «¿Por qué me habéis matado?» Pedro dijo sordamente: Hace falta agua.
Y, después de un malicioso suspiro ahogado, añadió: Yo sé: los hombres son así; nos aman y nos descuidan... es su manera de ser... ¡hay que resignarse a tomarlos como son! ¡Ah, María Teresa, María Teresa! rugió sordamente la voz de Juan, ¿por qué juega usted con mi dolor? ¿Por qué ha tenido la crueldad de llamarme? Su alegría me mata... La fisonomía atormentada de Juan tenía una nueva belleza.
Por el largo y estrecho agujero por donde habían descendido apenas penetraba un tenue rayo de luz. Estás en mi poder, Demetria. No te escapes, porque es inútil dijo el minero sordamente recogiendo del suelo su lámpara que se había apagado. Se oía la respiración anhelante de la joven que no respondió una palabra. Me tienes miedo, ¿verdad?... Pues dentro de poco llorarás por mí, pichona.
Desde entonces, sordamente, había comenzado a hacer guerra a las acciones, vendiéndolas cada vez más baratas para depreciarlas. Llevaba buen camino para conseguirlo. En pocos meses habían bajado desde ciento veinte, a que se habían puesto poco después de la venta, hasta ochenta y tres.
Ahora no puede ser profirió Demetria sordamente. Pronto, pronto lo sabrás... Lo único que puedo decirte añadió después de una pausa es que en este momento me alegraría de estar cuidando cabras en los montes de Raigoso y no bajar jamás al llano. Dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. Y sin decir otra palabra se apartó con presteza, prosiguiendo su camino.
Pero entretanto la mina se cargaba sordamente: venian noticias alarmantes desde Madrid; D. José Palafox y Melci habia llegado herido desde Bayona, y la relacion de las desgracias de un Rey tan idolatrado como Fernando 7.º habian producido aquella impresion que no podian menos de causar en un pueblo tan generoso y tan fiel como Zaragoza.
Por uno de los muchos agujeros que éste lucía, miró al otro lado, hacia donde estaba la cuna. Vio a la niña dormida, y al ama, de bruces sobre el lecho de Nucha, roncando sordamente. No era de temer que se despabilase la marmota: el rapaz podía a mansalva realizar sus propósitos.
Luego, encogiéndose de hombros, dijo sordamente: Está bien... Desde aquí voy á la Pola á despertar al señor juez para que envíe por ti... Ya dirás en la cárcel lo que sabes. El rostro de la Pura se cubrió de intensa palidez y balbuceó: Haz lo que quieras... Yo nada sé... Pues adiós... ¡Hasta pronto! Nolo dió unos cuantos pasos precipitados monte abajo... ¡Ven acá! le gritó Pepa.
Lo que él temía era encontrar cerrada la puerta del dormitorio de Nucha. El corazón le dio un brinco de alegría al verla entornada. La empujó con suavidad de gato que esconde las uñas.... Tenía la maldita puerta el vicio de rechinar; pero tan sutil fue el empuje, que apenas gimió sordamente. Perucho se coló en la habitación, ocultándose tras del biombo.
Palabra del Dia
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