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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Madó Antonia le había contado también este milagro, pero en versos mallorquines, en un sencillo romance que respiraba la cándida credulidad de los siglos aficionados a lo maravilloso. El santo, embarcado en su manto, ponía el bordón por mástil y el capuchón por vela. Un viento de Dios soplaba sobre la extraña nave, y en pocas horas, el siervo del Señor iba de Mallorca a Barcelona.
El viento del extranjerismo soplaba también sobre aquella mesa abundante, sana, patriarcal, que hemos conocido al comenzar la presente historia. Ventura se presentó en el salón con traje azul marino de seda, descotado por el pecho, los brazos al aire. Había aprendido, no sabemos dónde, que en las comidas de ceremonia las señoras van descotadas. Doña Paula no cumplía con este precepto.
Si soplaba el Norte y nevaba, solían deslizarse algunos copos por la claraboya de la lucerna. Al levantarse el telón pensaban los espectadores sensatos en la pulmonía, y algunos de las butacas se embozaban prescindiendo de la buena crianza. Era un axioma vetustense que al teatro había que ir abrigado.
Y con el orgullo de un descubridor, fue mostrando las maravillas de esta cubierta, por la que había paseado en los días anteriores, cuando el mar era de un tono lívido, el cielo plomizo y un viento cortante soplaba de proa a popa. Fíjese usted en la chimenea: esa torre amarilla y enorme, que vista de cerca casi da miedo. ¡El dinero que expele convertido en humo!
Había cambiado el tiempo; la noche era tranquila, no soplaba ninguna brisa, y el azul del cielo sólo estaba empañado por la columna de humo, entre cuyos blancos vellones asomaban curiosas las estrellas. Teresa luchaba con el marido, que, repuesto de su dolorosa sorpresa y aguijoneado por el interés, que hace cometer locuras, quería meterse en aquel infierno.
El viento que soplaba constantemente sobre Wingdam, penetraba en el aposento por diferentes aberturas; la ventana era sobrado pequeña para su rompimiento, donde colgaba dando extraños chirridos. Parecíame todo repugnante y desaseado.
La noche estaba muy negra, el viento soplaba con furia, nubarrones obscuros se extendían por el cielo y dejaban espacios más claros, donde brillaba un grupo de estrellas. Hice un esfuerzo y me quité el pañuelo de la boca. Respiré a pleno pulmón. Luego pensé con frialdad: ¿Qué querían de mí aquellos hombres? Si Machín hubiera pensado echarme al agua, ¿qué esperaba?
Ya no soplaba la brisa del Océano libre, aumentada por la velocidad de la marcha. El buque, casi inmóvil, caldeábase con la temperatura de aquel pedazo de mar encerrado entre montañas. Y todos pensaban en lo que sería este calor cuando bajasen a tierra. Los cuellos almidonados y brillantes empezaban a reblandecerse; las manos enguantadas sufrían el tormento del encierro.
Decidimos, Zelayeta, Recalde y yo no entrar en clase, y, corriendo, nos dirigimos por el monte Izarra hasta escalar su cumbre. Hacía un tiempo obscuro, el cielo estaba plomizo, y una barra amoratada se destacaba en el horizonte; el viento soplaba con furia, llevando en sus ráfagas gotas de agua. Las masas densas de bruma volaban rápidamente por el aire.
Los diarios oposicionistas, por el contrario, soltaban, ocupándose del suceso, todos los registros de sus respectivas trompeterías, prorrumpiendo en gemidos o gritos de horror, según les soplaba el viento, a la elegía o al ditirambo...
Palabra del Dia
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