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El incienso, que era compuesto de gomas olorosísimas que se recogían en los bosques de la tierra caliente, comenzó a envolver con sus nubes el hermoso cuadro del altar; la voz del sacerdote se elevó suave y dulce en medio del concurso, y el órgano comenzó a acompañar las graves y melancólicas notas del canto llano, con su acento sonoro y conmovedor.

Tan presto se percibe la dulcísima palabra italiana, como la voz francesa, fuertemente acentuada y convertida en un sonido áspero; ya se siente el eco lleno y sonoro de la palabra española, ampulosa por su abundancia de vocales, como la acentuacion aguda y el esfuerzo gutural de la j que distinguen á la poética lengua de los árabes.

Su ascensión había sido veloz, casi a todo correr, como si temiera llegar tarde a un lugar de cita que no conocía con certeza. Inmediatamente reanudó la marcha. Dos palomas silvestres salieron de la maleza con el sonoro plumeo de un abanico que se abre, pero el cazador pareció no verlas.

En su mente va ordenando y combinando las ideas que recibe, claras y distintas todas, aunque desnudas de signo sonoro o dibujado que las represente, porque no hay para él palabra hablada o escrita. Sólo puede saber y sabe los varios gritos inarticulados de su madre adoptiva la gacela.

Cuando tendia mi brazo Para revolear el lazo Sobre algun toro feroz, Si el toro nos embestia, Al fiero animal tendia De una pechada veloz. En la guardia de frontera Paraba oreja agorera Del indio al sordo tropel, Y con relincho sonoro Daba el alerta mi moro Como centinela fiel.

¡Vos amáis! ¡amáis por la primera vez! dijo Quevedo con acento sonoro, seco, vibrante, solemne. ¡Oh! ¡! ¡yo creo que ! ¡yo estoy loca! exclamó Dorotea. ¡Misterios del espíritu! murmuró Quevedo ; ¡no nos comprendemos! ¡la ciencia escrita! ¡mentira! ¡la ciencia permanece oculta! ¡yo adivino, yo presiento... porque veo... observo... y me asombro! ¿De qué os asombráis? De mismo.

Pero ella soportaba impacientemente los ruidos de la calle, el grito agudo de los cocheros, el paso sonoro de las patrullas suizas y el canto de los pescadores. Maldijo la ciudad ruidosa y agitada donde ni siquiera era permitido sufrir en paz. La ofrecieron hallar en las inmediaciones un retiro más tranquilo; quiso buscar por misma e hizo un gasto de actividad que la agotó en pocos días.

Extendió su muleta el espada, y la bestia acometió con sonoro bufido, pasando bajo el trapo rojo. «¡Olé!», rugió la muchedumbre, familiarizada ya con su antiguo ídolo y dispuesta a encontrar admirable todo cuanto hiciese. Siguió dando pases al toro, entre las aclamaciones de la gente que estaba a pocos pasos de él y viéndole de cerca le daba consejos. ¡Cuidado, Gallardo! El toro estaba muy entero.

Aquello era un ruido espantoso, discordante, que dominaban con notas sobreagudas los «¡yu, yu, yude las mujeres árabes de un aduar vecino que acudieron corriendo. Parece ser que en ocasiones un gran ruido, un estremecimiento sonoro del aire, aleja la langosta y le impide descender. Pero, ¿dónde estaban esos terribles insectos?

Tanto este altar, como la iglesia toda, estaban bien iluminados con candelabros, repartidos de trecho en trecho, y con dos lámparas rústicas, pendientes de la techumbre. A las doce, y al sonoro repique a vuelo de las campanas, y a los acentos melodiosos del órgano, el oficio se comenzó.