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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Y todo se volvían idas y venidas del despacho al Correo, por fortuna próximo, como decía el aprendiz, que de otro modo hubiera estado cocido en obra. Después había empezado el desfile. Primero el señor Darling y su sobrina, que habían tenido una larga conferencia con el notario. Después había sido introducido el capitán Raynal y ahora estaban esperando al señor de Candore.
La sobrina del doctor empezó a nombrar a aquellas de sus antiguas amistades que no habían cesado de visitar la casa de la calle de Angulema, citando por último a Felipe Auvray. El enfermo recapacitó. ¿Ese Felipe Auvray no es amigo de Amaury? Sí, señor. ¿Uno muy elegante? ¡Oh! no, tío. Pero joven y de gran posición, ¿no es eso? Sí. ¿Noble? No. ¿Te ama? Lo sospecho. ¿Y tú a él? Ni un comino.
Herminia tembló, pensando: "¿Qué va á preguntarme?" El joven dijo sencillamente: ¿Seré tan dichoso que esté hablando con alguna amiga ó pariente de la señorita Guichard? Era preciso responder, so pena de pasar por una grosera. Soy su sobrina, balbuceó Herminia. ¡Oh! Me alegro infinito! dijo él con calor.
A doña Lupe le pareció la amonestación muy impertinente y descortés, porque ¿a santo de qué venía el hablar de pecados ajenos, teniendo tantos propios de qué ocuparse? Verdad que su sobrina política no había sido un modelo; pero ya estaba corregida y no había que volver sobre lo pasado. «Ya sabemos que te tratan muy bien» dijo, para variar la conversación.
El cariño que tía y sobrina se profesaban era prueba indudable de la buena índole de ambas: las atenciones y el mimo que Julia prodigaba a doña Carmen contribuyeron mucho a que Ruiloz descubriese en la primera las cualidades que, hábilmente dirigidas, pueden ser la base de un hogar dichoso.
De una tiene há tiempo un hijo, nombrado Federico, á quien ama tiernamente, y á quien espera dejarle sus estados, proyectando casarlo con su sobrina.
Tú estás para mí por encima de todo el mundo. Leonora habló de su tía, aquella pobre señora resignada y casi imbécil, que al ver a Rafael en su casa con tanta asiduidad, creía en el probable casamiento de su sobrina. Por la tarde una escena dolorosa entre Leonora y ella. Doña Pepa había ido a la ciudad por sus devociones, y a la salida de la iglesia encontró a doña Bernarda. ¡Pobre vieja!
-No -dijo la sobrina-, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores; mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo.
Es también mi opinión, mi tío, díjele bajando los ojos con modestia. Ah ¡esa es tu opinión! Ya lo creo. Y la de mi cura y la de... Mas, aquí tenéis una carta que me ha dado el cura para vos, mi tío. ¿Y porqué no ha venido? No podía: algunas ceremonias religiosas le retenían en su parroquia. Lo siento; me hubiera alegrado mucho viéndole. ¿No tienes sombrero, sobrina? Sí, tío; está en mi bolsillo.
Luego comenzó la curiosidad a roerle el pensamiento. ¿Por qué escribiría su sobrina con tanto misterio al aborrecido don Juan? ¿Qué habría pasado entre ambos? ¿Estarían en relaciones... íntimas... arrimaos, que dice la gente ordinaria?
Palabra del Dia
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