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Actualizado: 10 de mayo de 2025
A la sombra de los altos plátanos funcionaban las peluquerías de la gente huertana, los barberos de «cara al sol». Un par de sillones con asiento de esparto y brazos pulidos por el uso, un anafe en el que hervía el puchero del agua, los paños de dudoso color y unas navajas melladas, que arañaban el duro cutis de los parroquianos con rascones espeluznantes, constituían toda la fortuna de estos establecimientos al aire libre.
Ocupaba uno de los sillones del estrado un personaje de elevada estatura y formas bien proporcionadas, pálido el rostro y cuya mirada algo dura daba al semblante expresión un tanto amenazadora. Era éste Don Pedro de Castilla.
Dueños y dueñas de casa, sentados en anchos sillones de cocina, observaban desde allí los acontecimientos y meneaban la cabeza a propósito de lo difícil que era criar los niños.
Durante su permanencia en la ciudad de la esperanza, se apiadaban de las compañeras que habían quedado dentro del cerco con las alas rotas, sin fuerzas para saltar, ebrias de veneno que reavivaba falsamente las ilusiones de su primero y único viaje. Un movimiento general de las gentes que ocupaban la cubierta interrumpió esta conversación, haciendo abandonar sus sillones a las francesas.
De pie, y apoyados familiarmente sobre el respaldo de los sillones, algunos comediantes, vestidos ya para salir á escena, escuchan la conversación y celebran sus donaires.
Como se ve, pues, los capitulares eclesiásticos eran grandes aficionados á los toros en aquellos tiempos y no dejaría de ser curioso el aspecto que ofrecería el palco del cabildo Catedral, que era siempre de los más lujosos, adornado de sus ricas telas y con anchos y cómodos sillones de terciopelo y oro, en los cuales muy arrellanados los señores seguían los incidentes de la lidia, entretenidos en sabrosa plática remojada con los dulces y refrescos.
Vió damas vestidas de soirée, señores puestos de smoking, la concurrencia habitual de los hoteles de lujo, que se pone su uniforme para comer y se queda haciendo la digestión en los profundos sillones, mirándose sin decir nada ó hablando en voz baja, lo mismo que en una iglesia, hasta que la rinde el sueño.
Algunos sillones antiguos, de encorvados brazos, con el rojo terciopelo calvo y raído hasta mostrar la blancura de la trama, mezclábanse con sillas de paja y el pobre lavabo. «¡Ah, miseria!», volvió a pensar el mayorazgo.
Esta masa caótica de objetos de moda extendíase hasta el gabinete, invadiendo algunas de las sillas y parte del sofá, confundiéndose con las ropas de uso, como si una mano revolucionaria se hubiera empeñado en evitar allí hasta las probabilidades de arreglo. Dos o tres vestidos de la Sánchez, enseñando el forro, con el cuerpo al revés y las mangas estiradas, bostezaban sobre los sillones.
Mi habitación es la mejor acondicionada de toda la casa. Es grande como la Cámara de los diputados y está pintada al óleo de arriba abajo. Prefiero esto que el papel: es más limpio y sobre todo más fresco. El señor de Villanera me ha hecho traer de Corfú un mobiliario nuevo, de fabricación inglesa. Mi cama, mis sillas y mis sillones se pasean a sus anchas en esta inmensidad.
Palabra del Dia
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