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Actualizado: 13 de mayo de 2025


¡Tòni! ¡soy yo! dijo con voz sofocada por la violencia de la carrera. Al pisar la cubierta del buque recobró instantáneamente su tranquilidad. Ya no hubo más disparos. El silencio era lúgubre. A lo lejos lo cortaron silbidos de pitos, voces de alarma, ruido de carreras.

El humo y los silbidos de la fábrica le hacían dirigir miradas recelosas al Campo del Sol; allí vivían los rebeldes; los trabajadores sucios, negros por el carbón y el hierro amasados con sudor; los que escuchaban con la boca abierta a los energúmenos que les predicaban igualdad, federación, reparto, mil absurdos, y a él no querían oírle cuando les hablaba de premios celestiales, de reparaciones de ultra-tumba.

El tren rodaba entre las sombras con la rapidez del viento, lanzando la locomotiva de cuando en cuando sus silbidos agudos que no despertaban eco en la llanura; y yo, mientras que los demas viajeros dormían á mi lado, fumaba con deleite, dejando vagar mi espíritu en un torbellino de recuerdos de amor y de cavilaciones sobre el porvenir del hombre, al mismo tiempo que, hundiendo la mirada en la sombra interminable que cubría la campiña, buscaba en su seno alguna luz fugitiva ó alguna otra sombra mas pronunciada y vigorosa producida por un edificio destacado aqui ó allá cerca del camino.

Volvió el matador a repetir su juego, y otra vez clavó el estoque, haciendo estremecerse a la fiera. ¡Dos! cantaron en los tendidos burlescamente. Repitió el intento de descabello, sin más resultado que un mugido de la fiera, dolorida por este martirio. ¡Tres!... Pero a este coro irónico de parte del público uniéronse silbidos y gritos de protesta. Pero ¿cuándo iba a acabar aquel maleta?...

Poco despues el vapor Bogotá siguió su marcha, confundiendo los silbidos de su locomotiva con los gritos de despedida, y yo me quedaba en Calamar para emprender una segunda peregrinacion de muy distinto género.

Al llegar a este punto de su interesante diálogo, ambas interlocutoras oyeron en la calle terrible estruendo de voces, silbidos y carreras. Se asomaron a la ventana y miraron por la celosía. Apenas tuvieron tiempo de ver pasar atropellada muchedumbre de gente, y una vaca brava, atada a una larga y recia soga, de la que tiraban catorce o quince mozos de los más robustos y ágiles.

Empezaba a preguntar, más bien con el ademán que con la boca: «¿Qué es esto?», a tiempo que Amparo, sacando del bolsillo un pito de barro, arrimolo a los labios y arrancó de él agudo silbido. Diez o doce silbidos más, partiendo de diferentes puntos, corearon aquella romanza de pito, y el inspector se detuvo, sin atreverse a bajar los escalones que faltaban.

Esta vibración, ensordecida por muros, cortinajes y alfombras, era discreta, lejana, como el funcionamiento de una máquina subterránea; pero un clamoreo humano, una explosión de gritos y silbidos dominaba el rodar del acero y los bufidos del vapor. ¡Un tren de soldados! exclamó don Marcos Toledo abandonando su asiento.

Abajo, los trenes y los buques de vapor lanzan sus silbidos estridentes, en los ferrocarriles que surcan los valles y planicies y sobre las ondas azules de los lagos.

Palabra del Dia

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