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Actualizado: 17 de septiembre de 2025
No necesito jurar para decir verdad... pero sí... te lo juro por la salud de mis hijos... Habla... ¿Estás enamorada ó sientes algún interés por el hijo de D. Baltasar Rodríguez, por ese joven rubio que viene á menudo al palacio? No.
Aquí la niña del antojo lanzaba un suspiro, y las que la acompañaban decían en coro: ¡Jesús, hijita! ¿Sientes algo? Vaya usted prontito, hermano, a sacar la licencia. ¡No se embrome y tengamos aquí un trabajo! ¡Virgen de la Candelaria! ¡Corra usted, hombre, corra usted!
Esa noche, cuando nos acostábamos, oímos que Inés decía a mamá: ¡Qué extraño!... Tengo las cejas hinchadas. Mamá examinó seguramente las cejas de tía, pues después de un rato contestó: Es cierto... ¿No sientes nada? No... sueño.
Nos libra de una tutela enojosa, molestísima.» Esto es un decir, Urbano, un suponer... DON URBANO. ¿Te sientes mal? ¿Necesitas algo? CUESTA. No... Este maldito corazón no se lleva bien con la voluntad. DON URBANO. Descansa, hombre. Por qué no te echas un rato?... CUESTA. ¿Pero tú sabes lo que tengo que hacer? DON URBANO. Escríbelas aquí. CUESTA. Sí... Aquí me instalo.
¡Sueña, sueña, hombre infeliz, que no he de ir yo a impedírtelo!... Golpea de firme en el tambor, toca haciendo un remolino con los brazos. No puedes parecerme ridículo. Si sientes la nostalgia de tu cuartel, ¿no experimento yo la nostalgia del mío? A mí me persigue mi París hasta aquí como el tuyo. Tú tocas el tambor bajo los pinos. Yo emborrono cuartillas... ¡Somos los dos unos provenzales!
LEONOR. ¿Por qué temblando tu mano está? ¿Qué sientes? MANRIQUE. Nada, nada. LEONOR. En vano me lo ocultas. MANRIQUE. Nada siento. Estoy bueno... ¿Qué dices? ¿Que temblaba mi mano?... No... ilusión... nunca he temblado. ¿Ves cómo estoy tranquilo? LEONOR. De otra suerte me mirabas ayer... tu calma fría es la horrorosa calma de la muerte. ¿Pero qué causa, dime, tus pesares?
De todos modos yo no creo en las grandes pasiones; estoy convencida de que no quiero ni querré nunca a nadie. ¡Si usted supiera, Muñoz, lo que le dije hoy a Raquel! Le abrí mi alma, le confesé eso, que soy una desdichada, que no puedo querer y que usted tampoco era capaz de quererme. ¡No dices lo que sientes! interrumpió Charito con ingenua energía y desolada por el giro que tomaba el asunto.
Yo te reconciliaré con la señorita... yo, si tú no quieres verla más, me encargo de decirle y de probarle que no eres ingrata. Ahora descúbreme tu corazón y dime todo lo que sientes y la causa de tu desesperación. Por grande que sea el abandono en que una criatura viva, por grande que sean su miseria y su soledad, no se arranca la vida sino cuando hay un motivo muy poderoso para aborrecerla.
Me parece que lo mejor será que hagas a pie el corto camino a través de la pradera... si no sientes ningún dolor, se entiende. Gertrudis lanza una mirada a Juan, y se apresura a decir que sí. El aire es tibio, la hierba está seca continúa Martín, y Juan podrá acompañarte. Gertrudis se estremece y la sangre sube a sus abrasadas mejillas. Los ojos de Juan buscan los suyos, pero ella los evita.
Cuando dices que me amas, cuando recuerdas que eres amado, eres dichoso, y entonces amas la vida. ¿No te sientes feliz cuando haces algo bueno, cuando socorres a un necesitado, cuando enjugas una lágrima o das una palabra de consuelo? Pues yo sí, y tú también, tú también, porque eres bueno. Por eso te quiero, por eso te amo. «La última parte de tu cartita me dejó muy contenta de tí.
Palabra del Dia
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