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Todo eso puede subsistir perfectamente dentro de unos contornos precisos. Basta que el novelista sienta la necesidad de la claridad y la medida. El hombre es un ser limitado y, por lo mismo, todo lo que de él proceda ha de ser limitado también.

El conde levanta la cabeza con impaciencia y cambia una rápida mirada con la institutriz. ¡Me apieta, me apieta!... La institutriz arranca la servilleta, baja á la niña de la silla, la arrastra hacia una habitación contigua, abre la puerta y la empuja hacia lo interior, cerrando después. Y tranquilamente vuelve hacia la mesa y se sienta.

Y llega él también, fatigado, enfermo, moribundo casi, y se sienta en la altura a descansar, satisfecho del triunfo... Mas he aquí, que se oye un gran estruendo y la fortaleza se derrumba, falta de cimientos, arrastrando a los que subieron con alas y al que subió paso a paso. ¡Y en el campo de la catástrofe, la fiera escarba y se ceba!

Cada parroquiano pertenece á un grupo inalterable y se sienta infaliblemente todas las noches en el mismo lugar, delante de la misma mesa y haciendo rueda con las mismas fisonomías de la noche anterior. Cada cual llama al mismo mozo, pide la misma cosa, se insinúa de igual manera y permanece el mismo tiempo que en la última sesion.

Pero yo no tengo conquistas que hacer, abuela... ¿Cree usted útil que me ponga el traje número uno?... ... ... ¿Qué sombrero?... El Santos Dumont. No, ese no... Ponte más bien el de la pluma amazona que te sienta maravillosamente sobre tu cabello rubio. ¿Maravillosamente?... Bueno, abuela.

contestó el millonario con sencillez. Me sienta perfectamente: no tienes más que mirarme. Sánchez Morueta parecía repuesto de su crisis. Nada quedaba en él del enfermo que había visto Aresti en su última visita á Las Arenas. Su mirada era tranquila, con una fijeza serena: el color sanguíneo de sus primeros tiempos de luchador había vuelto á animar su rostro.

El orden que tienen en todas las funciones públicas es este: El cacique toma el primer lugar, el segundo es de los sacerdotes, el tercero de los médicos, el cuarto de los capitanes, y después de ellos se sienta el resto de la nobleza.

Seamos, aunque algo tarde, lo que debimos ser. No suspiraba Alicia , no puedo... ¡Mi hijo!... Y á continuación se apresuró á murmurar, como arrepentida: ; tal vez... más adelante... Pero ahora, no. ¡Qué vergüenza!... Cuando yo esté tranquila, cuando no sienta esta preocupación que me destroza... Te quiero; ¿te basta con eso? Te quiero... Estas dos palabras le bastaban al príncipe.

Del propio modo, si va poco al teatro, va mucho al Liceo; si no pasea en coche, se sienta en las sillas de la Carrera los domingos, y si nunca estuvo en la ópera, oye tocar con frecuencia á las bandas militares las sublimidades cursis de La Traviata.

El joven se sienta frente a ella en un taburete; haciendo deslizar entre sus dedos la tela del vestido de baile, escucha con una sonrisa indulgente el parloteo de Gertrudis. Lo que ella le cuenta está lleno de sol, y respira la alegría de vivir.