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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Eugenio de Salazar refiere años después que el capitán, maestre y piloto comían en una mesa; todos los demás lo hacían en cubierta sobre un pedazo de lona que más que de mantel servía para no manchar las tablas. Los marineros tenían platos grandes de madera en común y una gaveta de lo mismo para el vino.
Aquí era la marquesa la cautivada, porque cautiva la tenía la noblota ingenuidad del hombrecillo. Juraría entonces que aquella era la primera vez que veía de cerca un corazón de oro. ¡Y en qué cuerpo le hallaba, y de qué retórica se servía!
El bufón se sentó en un taburete de pino, y dijo á Quevedo: Ahora podemos hablar de todo cuanto queramos: mi aposento es sordo y mudo. Sentáos en ese viejo sillón, que era el que servía al padre Chaves para confesar al rey don Felipe II. Siéntome aunque me exponga á que se me peguen las picardías del buen fraile dominico dijo Quevedo sentándose.
Luego, levantando por detrás, con la punta del espadón, bufonamente, la capa, se quitaba el chapeo y, haciéndole barrer el piso con la pluma, saludaba de esta guisa a las mozas, cual si fueran infantas de España. Un arcón, forrado de bayeta amarilla, le servía de asiento. Cuando traía las botas enlodadas acercábase al brasero para secarse las suelas. Era natural de Turégano, en Castilla la Vieja.
Fuera de la Iglesia no existía otro porvenir que ser aventurero en aquella América que de nada servía a la nación, pues la convertían en una caja de caudales del rey, o ser soldado de oficio en Europa, batiéndose por la reconstitución del Sacro Imperio Germánico, por la supeditación del Papa al Emperador y por la extinción de la Reforma religiosa, empresas que en nada interesaban a España, y eran, sin embargo, sangrías sueltas por las que se escapaba su vida.
Terminada la procesión, el convento servía un espléndido refresco á los sacerdotes y personas de calidad que en ella habían asistido. De todo esto no ha quedado apenas la memoria; y examinando los libros Manuales hallamos, que, en todos viene figurando el gasto de la procesión hasta el de 1835 en el cual ni se menciona siquiera.
Esta relación de las altas jerarquías que servía la aguja de doña Rosalía, le dió cierta importancia á los ojos de María de la Paz Jesús. Yo vivo allá arriba y he visto... ¿Pero ustedes no han caído en ello? ¿En qué? En ese hombre que ha entrado aquí. ¿Qué hombre? ¿qué dice? exclamaron á una las dos ruinas en el tono del que siente estallar un volcán.
La situación de Valeria era más libre y desembarazada, pero no envidiable. Por pobre, estaba libre de los cuidados que da el oro; por abandonada, no había menester consentimiento de nadie; mas, ¿de qué le servía aquella independencia, si el compañero de Gutiérrez no se fijaba en ella?
Aunque en tierra no conocía otros licores que los inocentes y dulzones guardados por su madre para las fiestas de familia, una vez pisaba la cubierta del buque sentía la necesidad de líquidos alcohólicos, para hacer ver que era todo un hombre. «No había en el mundo una bebida que pudiese con él...» Y al segundo «refresco» del tío Caragòl quedaba sumido en plácido nirvana, viéndolo todo de color de rosa y considerablemente agrandado: el mar, los buques cercanos, los docks y la montaña de Montjuich, que servía de fondo.
La techumbre de la cocina ostentaba como remate una tinaja rota, que servía de chimenea. El almacén exhalaba un hedor de polvo, huesos en putrefacción y ropas corrompidas, junto con ese vaho indefinible de las casas viejas largamente cerradas. Un zumbido de moscas pegajosas vibraba en la obscura profundidad de las chozas.
Palabra del Dia
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