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Mi deber me ordena continuar estos viajes, pero los hombres nos dejamos esclavizar por el amor mucho más que las hembras, le concedemos mayor importancia, y yo hago traición á mi causa para vivir en esta capital, completamente inactivo durante algunas semanas, con la esperanza de poder hablar á una mujer.

¿Y no ha venido nadie más? Nadie. Y ya va pa cinco semanas que trajeron los muebles. Indudablemente esto era con ojebto de traer una mujer casá y luego se les habrá torcío el carro, ú pa una de esas ofecinas que dan timos.

Por de pronto, la vida que había hecho durante aquellas dos semanas, muy corridas, de plácida y bien soleada temperatura, no había dejado de darme frutos muy dignos de estimación.

Tiene razón; le gusta el sol... Gaspar trabajará por los dos y será feliz como cuatro... Y no lo siento, al contrario... Mujeres que trabajen hay muchas, y no por eso son más hermosas; ¡pero mujeres que amen! ¡Qué suerte si se encuentra una! ¡Qué suerte! Así razonaba el buen hombre, y los días, las semanas, los meses se sucedían esperando la próxima vuelta de Gaspar.

Se detuvo un instante, como embelesada por dulces recuerdos. ¡Los días felices de la paz! añadió . Un domingo fuimos de campo; comimos junto al Sena para celebrar el ascenso de Alberto á primer contramaestre de su fábrica.... Dos semanas después estalló la guerra. El comisario hizo un gesto, que la vieja creyó de cansancio.

En fin, que no hubiera sido justo en quejarme de mi suerte al siguiente día de mi larga expedición acompañado de Neluco, hecho el recuento minucioso de los frutos que me habían dado aquellas dos largas semanas de correrías y exploraciones.

Pero, ya sea que las diligencias de las pesquisas se hicieron con demasiada lentitud, ya sea que aquella filiación conviniera a tan grande número de buhoneros que no fuera posible hacer una elección entre ellos, lo cierto es que transcurrieron las semanas y no se obtuvo más resultado concerniente al robo, que el cese gradual de la agitación que había causado en Raveloe.

Van-Stael no podía estar más satisfecho. Si la campaña seguía como había comenzado, en pocas semanas podía dejar aquellas peligrosas playas, llevándose un cargamento casi completo.

Así estaban las cosas cuando, en pleno invierno, es decir, en la época de más fiestas, bailes y recepciones, el mayordomo de los duques fue una mañana, por orden de sus amos, a la estación del camino de hierro a esperar al nuevo capellán que había de sustituir al anciano sacerdote muerte pocas semanas antes.

Venga usted, Brainstein, que le voy a dar un trozo de carne y un vaso de vino. Además, aquí tiene un escudo de seis libras por la caminata; yo quisiera darle lo mismo todas las semanas por una carta semejante.