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Actualizado: 8 de mayo de 2025
M. Scott opuso alguna resistencia. Si yo no estoy aquí decía, y vengo sólo dos o tres meses del año a América, para vigilar nuestros intereses, las rentas disminuirán. ¡Qué importa! respondía Zuzie, somos ricos, demasiado ricos... Partamos, os ruego. ¡Estaremos tan contentas, seremos tan felices allá!
Señor cura, voy a decir algo horriblemente indiscreto... Pero veo la mesa puesta y... ¿No podríais invitarnos a comer? ¡Bettina! dijo madama Scott. Dejadme, Zuzie, dejadme en paz... ¿No es verdad que queréis, señor cura? Pero el anciano cura no encontraba nada que responder.
Walter Scott, cuyas fábulas demasiado difusas, los asuntos principales subordinados con frecuencia a los accesorios y los desenlaces demasiado precipitados, no llenan siempre exactamente las condiciones de una composición bien entendida, debe probablemente la popularidad de su genio a la abundancia y a la popularidad de sus tipos.
Todos tuvieron su parte, los pobres que confesaban su miseria y los que la ocultaban, yendo cada limosna acompañada del mismo pequeño discurso. Esto proviene de los nuevos dueños de Longueval: dos americanas, madama Scott y miss Percival. Retened bien sus nombres y rogad por ellas esta noche.
Por razones de raza y origen, esta atracción se ejercía sobre madama Scott y miss Percival de una manera extraordinaria. La más francesa de nuestras colonias, es el Canadá, que ya no nos pertenece. El recuerdo de la primera patria ha subsistido profunda y dulcemente en el corazón de los emigrados de Quebec y Montreal.
Madama Scott y miss Percival permanecieron así inseparables en el pensamiento de Juan hasta el día en que le fue dado el placer de volverlas a ver. La impresión de este brusco encuentro no se borró; persistió muy viva y muy dulce, hasta el punto de sentirse Juan agitado e inquieto. ¿Habré cometido pensaba, el desatino de enamorarme locamente a primera vista?
No hubiera podido decirlo, y me adormecí con la idea de que era inútil tratar de analizarlo. Durante el mes que siguió, devoré la mayor parte de las obras de Walter Scott.
Bettina estaba allí, plantada ante él, con la caja de cigarros en las dos manos, y los ojos fijos con toda franqueza en el rostro de Juan; gozando del placer muy real y muy vivo que puede traducirse por estas palabras: Me parece que estoy mirando a un buen muchacho. Ahora sentémonos aquí dijo madama Scott, ante esta preciosa noche... tomad vuestro café... fumad. Y no hablemos, Zuzie, no hablemos.
Nos miraba a todos, y parecía decirse: «¿Qué significa tanta gente? ¿Qué viene a hacer en mi casa?» Nosotros íbamos a ver a la señora Scott y a la señorita Percival, su hermana. ¡Y os garantizo que valía la pena! ¿Y vos conocéis a estos Scott? preguntó la Condesa, dirigiéndose a M. Larnac. Sí, señora, los conozco.
Tanto mejor, si he tenido la felicidad de hacerme comprender bien. Hasta la vista, señor Juan, hasta mañana. Madama Scott y miss Percival tomaron pausadamente el camino del castillo. Y ahora, Zuzie, reñidme bien fuerte... Lo espero... Y lo he merecido... Reñiros, ¿por qué? Diréis, sin duda, estoy segura, que he demostrado mucha familiaridad a ese joven.
Palabra del Dia
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