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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Entró de lleno, con vida y alma, en la región de las quimeras deliciosas con que el ilustre Walter Scott y otros novelistas no tan ilustres solazaban a nuestros padres creando una Edad Media para su uso, poblada de trovadores y torneos, de hazañas estupendas, de castillos góticos, de héroes y de amores invencibles.
Sin embargo observó madama Scott, ¡no ser dueño de sí, tener siempre que obedecer!... Eso tal vez es lo que más me agrada. No hay nada más fácil que obedecer, y, además, aprender a obedecer es aprender a mandar. ¡Oh, cuán cierto debe ser lo que decís! Sí, sin duda, pero lo que no os dice es que él es el oficial más distinguido de su regimiento, y que... ¡Padrino, por Dios!
Acabo de escribir a madama Scott, excusándome. Me veo obligado indefectiblemente a partir. ¿En seguida? En seguida. ¿Y vas? A París. ¡A París! ¿Y por qué esta repentina determinación? No tan repentina. Hace tiempo ya que pensaba partir.
Lo óptimo es el Lebrato y su hijo, y Pilara y Quilino, y el médico don Elías, y el magnífico tipo del Berrugo, avaro supersticioso, que Balzac adoptaría por suyo, y la fantástica historia del descubrimiento del tesoro, que Walter Scott hubiera robado para su Anticuario.
La buena dosis de estoicismo indio, que le atribuían como herencia de sus antepasados maternos, prestole inapreciables servicios hasta que las ruedas giraron rechinando sobre los guijarros del río en el vado Scott, y la diligencia se detuvo, a la hora de la comida, en el Hotel Internacional.
Supongo dije por último, dirigiéndome a mi Tomasito, que usted no querrá abarcar honra y provecho: esas estupendas rarezas que por acá nos vienen contando los viajeros de los Walter Scott, los Casimir Delavigne, los Lamartine, los Scribe y los Víctor Hugo, de los cuales el que menos tiene, amén de su correspondiente gloria, su palacio donde se da la vida de un príncipe, son cosas de por allá y extravagancias que sólo suceden en Francia y en Inglaterra; verdad es que no tenemos tampoco hombres de aquel temple, pero si los hubiere sucedería probablemente lo mismo.
¿Y a qué hora exacta parte el tren de París? A las nueve y media respondió Juan, y emplearéis quince a veinte minutos, para llegar a la estación, en carruaje. Entonces, Zuzie, podemos ir a la iglesia. Vamos respondió madama Scott, pero antes de separarnos, señor cura, tengo que pediros un servicio.
Bettina ha dormido muy poco, y durante toda la noche decía: ¡Con tal que no llueva mañana! Va a ser un día precioso, y como Bettina es algo supersticiosa, esto le infunde esperanza y valor. La jornada principia bien y terminará bien. M. Scott ha vuelto hace unos días. Bettina lo esperaba en el muelle del Havre con Zuzie y los niños.
El maestro tomó posesión de sus hornillas y el picador de sus caballerizas. Lo demás era únicamente cuestión de dinero, y madama Norton aprovechó sus plenos poderes, conformándose con las instrucciones recibidas. En el corto espacio de dos meses hizo verdaderos prodigios para que la instalación de los Scott, fuese completa y absolutamente irreprochable.
Pero he estado en un baile en su casa, hará como seis semanas. ¡En un baile en su casa... y no la conoces! ¿Qué clase de mujer es entonces? ¡Encantadora, deliciosa, ideal, una maravilla! ¿Y existe un señor Scott? Seguramente; un hombre alto y rubio que estaba en el baile. Allí me lo mostraron. Un hombre que saludaba al acaso, a derecha e izquierda, y no se divertía nada, os lo aseguro.
Palabra del Dia
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