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Actualizado: 24 de junio de 2025
No llevaba ni un cortaplumas: sólo tenía sus puños... Hubiese dado en aquel momento su buque entero, su vida, por un instrumento que le permitiese matar... ¡matar de un golpe!... Se fué apoderando de él la vehemencia sanguinaria del mediterráneo. ¡Matar!... No sabía cómo hacerlo, pero debía matar. Lo más inmediato era detener al enemigo que se escapaba.
Pues está cantando la Marsellesa, esa canción impía y sanguinaria, señores; esa canción que acompañó al suplicio a todos los mártires de la Revolución, incluso Luis XVI, mi querido amigo..., porque han de saber ustedes que Luis XVI y yo teníamos muchas bromas y nos echábamos el brazo por el hombro, paseándonos por Versalles... ¡La Marsellesa, señores, la Marsellesa!
Gastó sumas inmensas en construir palacios y quintas de recreacion, puentes y mezquitas en las principales poblaciones, y en ennoblecer su capital de nuevas maneras, empedrando sus calles y plazas con losas, y llevando á ella desde la vecina sierra abundantes y cristalinas aguas por medio de un largo y fuertísimo acueducto que como gigantesca serpiente ondulaba por aquellas hermosas llanuras atravesando repetidas veces las mismas entrañas de los montes . A tal opulencia y gloria llegó la capital de Andalucía bajo este rey, que escribió de él S. Eulogio: «Córdoba, llamada antes la patricia, y hoy la ciudad real por tener en ella su asiento, le debe el hallarse en la cumbre de la grandeza, de los honores y de la gloria, colmada de riquezas, y convertida en emporio de las delicias del mundo entero hasta un punto inesplicable é increible.» ¿Creereis ahora que el sultan Abde-r-rahman II es una intratable y sanguinaria fiera?
El canónigo tomolo respetuosamente en la mano, y levantándolo hasta el morado rayo de sol que entraba a través de la vidriera, comenzó a decir, como alguien que delira: ¡Cuántas veces una aparición de alquiceles en el horizonte le habrá hecho batir el ijar, heroica y sanguinaria! He aquí, Ramiro, el emblema de la caballería, el blasón de la bota y la sonaja del honor.
No era verdad, sin embargo, porque D. Marcelino, cuando llegó de tierra de Campos hacia treinta años, traía las manos ocupadas con una porción de saquillos de lienzo crudo repletos de espliego, flor de malva, manzanilla, sanguinaria, flor de tila, anís y otras varias hierbas y simientes medicinales, que pregonaba con hermosa voz de barítono que á los vecinos de Vegalora les penetraba hasta lo más escondido de los sesos.
En épocas como aquella, la política, el proselitismo, el espíritu de secta engendraba grandes pasiones. El heroísmo cívico, la abnegación y esa tenacidad catoniana que brillan en algunos personajes de todas las revoluciones, la venalidad solapada, la traición, la sanguinaria crueldad y el encono vengativo que se han visto en otros, provienen de la pasión política.
Se estaba realizando en su conciencia la saludable transformación de las mujeres arrepentidas que fueron antes grandes pecadoras. ¿Cómo lavar su alma de los pasados crímenes?... Ni siquiera gozaba el consuelo de la fe patriótica, sanguinaria y feroz que enardecía á la doctora y á los suyos. Había reflexionado mucho.
En El más valiente andaluz se describen las temibles soledades de las montañas y la vida sanguinaria, que en ellas llevan las bandas de ladrones, con tanta y tan horrible verdad, y con tanta sublimidad y grandeza, que encubren lo antipático de tales argumentos y hasta logran, en cierto grado, mover nuestras simpatías; su valor y su magnanimidad, y el influjo de las causas, que los han impulsado á dirigir sus armas contra la sociedad y sus autoridades, son tan notables, que nos obligan momentáneamente á declararnos en su favor y á disculpar la sangrienta venganza, á que los fuerzan los asesinatos de sus amigos y parientes; ¡tanta es la maestría con que traza la vida de los bandidos, su valor casi sobrenatural y la resistencia que hacen á la muchedumbre de sus perseguidores!
Cumplíanse estos sucesos y al propio tiempo se refugiaban en el territorio venezolano los patriotas que pudieron escapar de la sanguinaria cuchilla de Morillo, dueño ya de la Nueva-Granada.
Prefiero ver al tirano desenmascarado y franco, mostrando su torva, sanguinaria faz de demonio; prefiero la insolencia desnuda de un bárbaro abominable, abortado por el infierno, á la hipócrita crueldad, al despotismo encubierto y disfrazado de estos hombres que nos mandan y nos dirigen escudados con el nombre de liberales, haciendo leyes á su antojo, para después obligarnos con el respeto á la ley; seduciéndonos con el nombre de libertad para después ametrallarnos en nombre del orden; llamándose representantes de todos nosotros para después insultarnos en las Cortes llamándonos bandidos.
Palabra del Dia
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