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Actualizado: 10 de octubre de 2025


La señora Aubry lo presentó a sus invitados. Los hombres le tendieron la mano, las jóvenes lo saludaron; luego, después de un ligero examen, no se ocuparon más de él. Su aire, su manera de vestir, lo clasificaban. Era el invitado que no se cuenta. Juan adivinó la impresión que había producido, dejó pasar a los jóvenes, y subió a un coche con el señor y la señora Aubry.

El rey y su hermano recibieron y saludaron a las damas, a Morsamor y a los suyos con gran cortesía y finura, y después de recorrer las principales calles de la ciudad y de mostrarles las más interesantes curiosidades, los llevaron al campo, donde los cazadores y las bien industriadas aves de rapiña lucieron su destreza en la cetrería, arte cultivadísimo en Persia desde los tiempos primitivos de Jemshyd, fundador del primer imperio.

En aquel instante entró en la sala un personaje grave, al cual saludaron todos con el mayor respeto. Era D. Juan María Villavicencio, gobernador de la ciudad, varón estimabilísimo, buen patriota, instruido, algo filósofo y hábil por demás en el conocimiento y trato de las gentes. Ya tenemos datos, Sr. Villavicencio dijo la marquesa, contándole lo del <i>Deucalión</i>.

El roder y su acólito tomaron asiento en la tartana de su pueblo, entre tres vecinas que saludaron con afecto al siñor Quico y unos cuantos chicuelos que pasaban las manos por el cargado retaco como si fuese una santa imagen. La tartana avanzaba dando tumbos por entre los huertos de naranjos, cargados de flor de azahar.

Eran las de Amaranta y doña Flora. Al punto me uní a ellas, y después que me saludaron y felicitaron cariñosamente por mi feliz llegada, Amaranta dijo: Ven con nosotras, tenemos papeletas para entrar en la galería reservada.

Amaury, a la primera ojeada, detalló todas las ventajas físicas de su compañero en diplomacia. Ambos jóvenes, cuando el conde de Mengis pronunció sus nombres, se saludaron fríamente; pero como para ciertas personas, la frialdad es uno de los elementos de los buenos modales, el conde no observó ese desvío que su sobrino y Amaury se manifestaban, al parecer por instinto, el uno al otro.

Al entrar recibió su rostro la luz roja de los quinqués que colgaban del techo, y muchos hombres le saludaron respetuosamente. Llevaba el poncho y las grandes espuelas de los jinetes del país. Su perfil aguileño y su tez hacían recordar á los arabes de origen puro. La barba y la cabellera eran en él luengas, negras y rizosas.

La organización de su nueva vida en su gran hotel de la Avenida de Alma, el aturdimiento de las fiestas que saludaron su enlace, el brillo de su tren de casa, de sus equipajes y vestidos, todo la ayudó, sin duda, porque al fin era mujer, a pasar sin reflexionar mucho, los primeros tiempos de su unión.

Saludaron los trabajadores a Montenegro, y éste, por una puerta lateral de la bodega de los Gigantes, pasó a la llamada «de Embarque», donde estaban los vinos sin marca para la imitación de todos los tipos. Era una nave grandiosa con la bóveda sostenida por dos filas de pilastras. Junto a éstas alineábanse los toneles en tres hileras superpuestas, formando calles.

Varias le saludaron llamándole por su nombre, porque era hombre popular y conocido en todas las clases sociales. «Adiós, Velázquez. Adiós, guapo. Adiós, eleganteRespondía y apretaba el paso, porque no le pedía el cuerpo conversación. Sin embargo, en la calle de la Amargura, de un grupo de mujeres disfrazadas de gitanas se destacó una que logró abordarle.

Palabra del Dia

mármor

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