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Actualizado: 10 de octubre de 2025
Una mañana, en el salón principal del Paseo Grande, solitario a tales horas porque pocos confiaban en aquel anticipo de primavera, vio don Álvaro allá lejos la silueta de un clérigo. Era alto, sus movimientos señoriles. Era el Magistral. Estaban solos en el paseo; tenían que encontrarse, iban uno enfrente del otro, por el mismo lado. Se saludaron sin hablar.
Seguía los caminitos de arena y me perdía en su laberinto con paso distraído, la mirada enfilada a lo lejos. Al doblar un sendero, en el paraje más solitario del jardín, me las encontré de frente. Venían acompañadas de un clérigo. Al cruzar a nuestro lado saludaron muy cortésmente: el clérigo se llevó con gravedad la mano al sombrero de teja.
Una carretela abierta, donde iban toreros, se acercó un instante al costado de la de Miguel y siguió adelante. Era la del Cigarrero, que contestó al saludo de Enrique y Miguel con la gravedad afable que le caracterizaba. El Serranito y Merluza, que iban con él, saludaron con más expansión. Me brindarás un par, ¿no es verdad, Baldomero? gritó Enrique.
Desde allí veían la ascensión por la amplia escalera de todos los que abandonaban el comedor. Pasaron ante ellos los hijos mayores del doctor Zurita con otros jóvenes argentinos que regresaban de París. Todos saludaron a Maltrana con amigable familiaridad.
Saludaron éstos a la oficialidad del buque con grandes curvas de sus chapeos de paja, y entraron luego en el comedor, donde estaban extendidos los documentos entre botellas de cerveza hamburguesa. Con estos brasileños subieron muchos de los que esperaban en los botes. Ojeda vio que Maud se abalanzaba hacia la escalera de los salones.
Además, yo tenía el privilegio de la salamandra, de hacer retoñar los muñones para recuperar los órganos perdidos. La gente seguía riendo, corriendo, gesticulando... Vi algunos amigos que me reconocieron y me saludaron con gestos extravagantes, quién sacándome la lengua, quién escupiéndome una ranita verde en la cara.
Hízose la desentendida a la llegada de los dos Pérez; y sólo cuando la saludaron desde la puerta, se volvió hacia ellos para contestarlos, pero sin separarse de la balaustrada. Dispénsenme les dijo , que les reciba con tanta confianza, porque en lo obscuro y al fresco, como estoy aquí, se me alivia mucho el dolor de cabeza.
14 Y como vino a los discípulos, vio gran multitud alrededor de ellos, y escribas que disputaban con ellos. 15 Y luego toda la multitud, viéndole, se espantó, y corriendo a él, le saludaron. 16 Y preguntó a los escribas: ¿Qué disputáis con ellos? 17 Y respondiendo uno de la multitud, dijo: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo,
Unas eran rojas y mortecinas; otras, blancas y erizadas de fulgores: una procesión cada vez más larga y de filas múltiples según el vapor iba avanzando. En lo alto del cielo, un astro poderoso centelleaba con intermitencias, rasgando la obscuridad. Los uruguayos saludaron esta faja parpadeante de luz con patriótico entusiasmo.
Saludaron al presidente montera en mano, y el brillante desfile se deshizo, esparciéndose peones y jinetes. Después, mientras un alguacil recogía en su sombrero la llave arrojada por el presidente, Gallardo se dirigió hacia el tendido donde estaban sus mayores entusiastas, dándoles el capote de lujo para que lo guardasen.
Palabra del Dia
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