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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Cuando el buque estuvo frente a las islas y los pasajeros contemplaron las montañas, tras las cuales se ocultaba el sol ensangrentando el horizonte, los dos se hablaban ya con rápida confianza y sus manos sentían un estremecimiento simpático al encontrarse entre las hojas de las partituras. Veíanse solos en el salón, olvidados de la gente, que había afluido a los costados del buque.
En el vasto salón del Prado aún no había gente. Era temprano; las cinco y media nada más.
De trecho en trecho algún ventanón abierto sobre la terraza nos corregía los defectos de nuestra derrota, y mirando a la cúpula de la capilla, nos orientábamos y fijábamos nuestra verdadera posición. «Aquí dijo Pez algo impaciente , no se puede venir sin un plano y aguja de marear. Esto debe de ser el ala del Mediodía. Mire usted los techos del Salón de Columnas y de la escalera... ¡Qué moles!».
Por las noches, cuando sentía miedo en la cama, impresionado por la enormidad del salón que le servía de alcoba, le bastaba hacer memoria de la soberana de Bizancio para olvidar inmediatamente sus inquietudes y los mil ruidos extraños del viejo edificio. «¡Doña Constanza!...» Se dormía abrazado á la almohada, como si ésta fuese la cabeza de la basilisa.
Tendremos ministerio Palanca». ¡Pobre Emilio!... Entré. En el salón estaban votando ya las filas de arriba. Eché un vistazo y salí.
Sonaban las tres, cuando el Padre Montero y yo, empezamos a recorrer el salón de cabildos, las sacristías mayor y menor, la clavería, el camarín de Nuestra Señora de las Rosas, el vestuario y demás dependencias.
La escuela italiana, poderosamente espléndida, luce tambien en el Louvre con toda su pompa: en el salon cuadrado, el mas rico de todos, se leen al pié de lienzos sin rival, las ilustres rúbricas de Rafael, Ticiano, Rubens, Pablo Verones, Tintoreto, Leonardo de Vinci, y Murillo, que en medio de aquellos hijos del genio, proclama con dos inmortales Vírgenes la pujanza de la escuela española, que tambien brilla con todo su valiente esplendor en los salones del Louvre.
Fácil es de comprender que las dignísimas señoritas que con tal admirable constancia luchaban un día y otro para no entrar en el paseo mientras estuviese solitario, no irían a cometer la vileza de presentarse «primero que las otras» en el salón del Casino.
Después de lo cual, joven me dijo le deseo una buena noche, mientras yo voy á ocuparme en despejar el terreno delicado de las convenciones preliminares, á fin de que el carro interesante del matrimonio llegue á su término sin inconvenientes. Hoy á la una del día se reunirán en el salón con el aparato y concurso acostumbrados, para proceder á la firma del contrato.
Se habían quitado las colgaduras fúnebres y abierto de par en par las ventanas, pero aquel salón conservaba, sin embargo, un aspecto singularmente glacial y solemne, con sus ensambladuras sucias y desnudas, sus sillas y butacas metódicamente alineadas junto a las paredes y su mesa redonda con tabla de mármol, que, en el vacío de la vasta pieza, parecía un velador de niño, olvidado allí por descuido.
Palabra del Dia
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