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Podía continuar la fiesta». Y continuó. Los del salón se habían enterado: «A la Regenta le había dado el ataque». «La habían hecho bailar a la fuerza». Pero pronto se olvidó el incidente, para comentar la conducta de aquellas señoras y caballeros que se encerraban en el gabinete de lectura a cenar y bailar como si el Casino no fuese de todos....

La hora designada para comparecer ante el Consejo de guerra fueron las doce, y cuando sonaron se les trasladó perfectamente custodiados a un salón bien decorado del cuartel, donde aquél se hallaba reunido.

Una legión de diablillos, azules y rojos, caracoleaban por el aire como chispas de fuego. En medio del salón, expuesto a una burla general, vio al pequeño Cristo que se cubría la cara con las manos y a escondidas le hacía señas de súplica. Las monjas, para no tropezar con él mientras bailaban, se recogían el hábito y le saltaban por encima.

Varios soldados británicos, serenos y flemáticos, pidieron, al subir, una pipa, y empezaron á fumar con avidez. Otros náufragos, ligeros de ropa, se limitaban á envolverse en una manta, iniciando el relato de la catástrofe minuciosa y serenamente, como si estuviesen en un salón.

Y las heroicas muchachas de la Guardia, no queriendo presentar sus interesantes dorsos al enemigo, fueron retrocediendo hasta el fondo del salón, haciendo molinetes con sus espadas para defenderse del bombardeo. Que trata del discurso pronunciado por el senador Gurdilo y de cómo el Hombre-Montaña cambió de traje

En seguida, volviéndose hacia un joven que permanecía en medio del salón en una actitud bastante embarazosa: Vamos, vete le dijo. El joven saludó y salió por la puerta del salón; era el bello Salville.

Don Fermín miró de soslayo a la Regenta y a don Álvaro que hablaban en la ventana del comedor. Hizo como que no los veía, y con un poco de fuego en las mejillas, se dejó llevar por don Saturnino hasta el salón. Los señores graves le recibieron con las más lisonjeras muestras de respeto y estimación. ¡Oh, señor Magistral! ¡Oh cuánto bueno! Aquí está el Antonelli de Vetusta.

En una tarde de lluvia el azar hizo que se encontraran solos en el salón. La joven acababa de tocar un nocturno de Chopín «porque, había dicho, esa música se armoniza bien con un tiempo oscuro y melancólicoJuzgando favorable el momento, dejó el piano y fue a sentarse al lado de Huberto. María Teresa, usted interpreta este nocturno de una manera sorprendente; me sentía emocionado escuchándola.

Llega la noche señalada, empujo la mampara de la Academia y penetro en el salón de sesiones. Una muchedumbre de trece a quince personas invade el local destinado al público. Los académicos suelen estar aún en mayor número, llegando algunas veces a ocupar casi todos los bancos delanteros. Pérez ha comenzado ya su discurso.

Nada en el mundo me hubiera hecho prolongar mi viaje un solo día más. Magdalena me creía aún a cuatrocientas o quinientas leguas de ella cuando una noche entré en un salón en que estaba seguro de que la encontraría. Al verme hizo un movimiento que implicaba una imprudencia. Muy pocos habían tenido noticia de mi ausencia.