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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Sus hijas eran unas señoritas que sólo habían aprendido a figurar como muñecas bien educadas en un salón, y aun esto sin poder evitar cierta cursilería que saltaba a la vista apenas salían de su esfera. Su Juanito, el paria de la casa, era el que valía algo, y ahora estaba allí, agitando su pecho para escapar del brazo de la muerte, cansado de sufrir desdenes y olvidos.
Tres o cuatro hermosas jóvenes se apearon, sosteniendo con sus manos las colas de sus vestidos, que por aquellos tiempos se tenía el buen gusto de llevar más largos que ahora, y presentaron sus frentes a los besos de la baronesa, mientras que otras en cortos y ligeros trajes de mañana se precipitaron detrás de las primeras, agitando con triunfal aire diminutas redes que esparcieron por el salón acre olor a pescado y a fango.
La mestiza también se mostraba preocupada por los sucesos de la tarde. Miró á Ricardo con severidad, pensando sin duda en la niña de la estancia. ¡Ay, los hombres! Hasta este gringo que ella creía buenazo resultaba tan perverso como los otros. Pasó adelante el joven, sin fijarse en tal mirada, y encontró en el salón á Elena que parecía esperarle.
Ese hombre reservado, discreto y reflexivo por temperamento, sentíase interesado por aquella mujer de un carácter tan abierto y tan noblemente alegre... Y cuando se levantaron de la mesa y volvieron los invitados al salón, se las arregló de manera que pudiese encontrarse cerca de la joven.
Ya es el pabellon central , ya el pabellon de oriente ó el de occidente, el destinado á la augusta ceremonia. Aparece el salon nueva y lujosamente decorado, y en él un trono, joya resplandeciente de oro y pedrería, que ocupa el sultan.
En el vértice del pezón estaba el antiguo lugar de delicias; y el Orinoco, que endulzaba el mar, asombrando a los navegantes con su sábana inmensa, era uno de los cuatro ríos que descendían del Paraíso. Fernando y su amigo, que hablaban de estas fantasías del Almirante paseando por la cubierta, se detuvieron ante las ventanas del gran salón.
Lo ignoro; pero ello fue, que durante la velada el señor D'Orsel vino, me tomó por el brazo, y, más muerto que vivo, me arrastró hasta ponerme cara a cara con Magdalena. Estaba en medio del salón, en pie cerca de su marido, con aquel traje deslumbrador que la transfiguraba. Señora... le dije.
Aunque sea mala comparación, nadie, que no esté demente, compra un rico vaso de china, un artístico jarrón de porcelana de Sevres para ponerle en el corral y echar en él afrecho que coman las gallinas. Para esto basta y sobra con un lebrillo o con un tinajón de Lucena. El vaso artístico requiere un bello salón donde colocarle: pide flores peregrinas que luzcan en él.
Para que el acto resultase más solemne, Momaren creyó necesario reunir todo su público, esparcido en los diversos salones, y agolparlo en uno solo que ocupaba la parte saliente del edificio, con dos ventanales sobre una plaza. Este salón lo apreciaba mucho por estar amueblado á la moda de otros siglos, cuando reinaban los emperadores de la penúltima dinastía.
Fernanda, que sintió perfectamente toda la hiel de aquel discurso, respondió fríamente, y después de pocas palabras más se volvió al salón. A D. Pedro le había molestado el tufillo de elegancia y distinción que despedía la hija de Estrada-Rosa. Le irritaba que alguien se alzase en torno suyo, siquiera fuese solamente algunas pulgadas.
Palabra del Dia
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