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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Pues ya está usted sacándola. Cuando yo vine a Villavieja por primera vez... ¡Cómo! ¿No es usted de aquí, don Claudio? No, señora. ¿Usted no lo sabía? Lo habrá olvidado, porque yo creo habérselo dicho. No lo recuerdo. Yo soy de Astorga. ¡De Astorga? Sí, señora: de donde son las grandes mantecadas... Y los maragatos, canástoles, con sus bragazas de fuelle. Sí, señor, y a mucha honra.
Estas palabras ya no hacían sonreír a los socios del Caballista, sino que las aprobaban con fervorosos gestos, con toda su fe de ricos labradores, que encogían los hombros cuando algún iluso proponía pantanos y canales, y todos los años costeaban grandes fiestas a la Virgen de la Merced, sacándola en rogativa apenas faltaba el agua a sus campos.
Pero a los pocos días, un esputo de sangre, que arrojó al toser, le asustó. ¿Estaría tísico? Semejante idea le llenó de espanto. Nunca había pensado en la muerte, sino como elemento artístico que utilizaba para sus poemas románticos, sacándola a relucir, demasiadamente por cierto, en apoyo de la sinceridad de sus ansias amorosas, y como medio de conseguir un bálsamo para sus penas.
El de nuestro matrimonio, retonto... Digo, si es que apeteses esta mano, que no tiene nada de blanca ni de suavesita..., ¡bien lo sabes! dijo, sacándola por la reja. Por toda contestación, me apoderé de ella, la llevé a mi corazón y luego la besé repetidas veces. A la noche siguiente me manifestó que se hallaba muy inquieta.
Tuvo que atender á su traductora, sacándola de su refugio, después de esta broma un poco ruda. Se sentó en el suelo, rompiendo bajo su peso varios árboles. Luego metió una mano en un arroyo próximo, pasando dos dedos sobre la cara de su acompañante. Esta empezó á despertar bajo la caricia húmeda.
Comenzó entonces para las dos amigas una existencia valetudinaria. Lucía no se apartaba de Pilar, sacándola al balcón a respirar el fresco si hacia bueno, acompañándola si no en su cuarto, procurando entretenerla y hacerle menos tediosas las horas. Sentía ya la enferma esa impaciencia, ese deseo de mudar de aires y sitios que acosa generalmente a cuantos padecen su mal.
Un ruido de faldas almidonadas que vino de la escena llamó la atención de Emma, sacándola de aquel deliquio de amor propio satisfecho. Por la puerta del foro entraba una elegantísima señora a paso ligero, barriendo las tablas con una cola muy larga y despidiendo chispas de todo su cuerpo, vestido de brocado de comedia y cubierto de joyas falsas, diadema inclusive.
Jacinta tenía su mirada engarzada en los dibujos de la colcha. Su marido le tomó una mano y se la apretó mucho. Ella no decía más que «¡Pobre Pituso, pobre Juanín!». De repente una idea hirió su mente como un latigazo, sacándola de aquel abatimiento en que estaba. Era la convicción última que se revolvía furiosa en las agonías del vencimiento.
50 Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David cuchillo en su mano. 51 Entonces corrió David y se puso sobre el filisteo, y tomando el cuchillo de él, sacándola de su vaina, lo mató, y le cortó con él la cabeza. Y cuando los filisteos vieron su gigante muerto, huyeron.
Principiada la misa y dicha la epístola, le calzó la espuela derecha su hermano el infante D. Pedro, y la izquierda su otro hermano D. Ramon: se llegó al altar el Rey, tomó la espada, y postrándose en tierra se puso en oracion pronunciando varias sobre él el arzobispo: besó el Rey la cruz de la espada, se la ciñó, y sacándola de la vaina la blandio tres veces: la envainó á seguida, y cantado el evangelio se ofreció á sí y á su espada á Dios.
Palabra del Dia
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