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Actualizado: 3 de junio de 2025
Y volviendo la cabeza hacia el interior obscuro y silencioso de la casa escuchó también con atención profunda.... Sí, él oía algo... era el choque de las monedas, pero el ruido era confuso, podía conocerse sabiendo antes que estaban contando dinero... pero desde la calle no debía de oírse nada... era imposible.... Mas la idea de que la alucinación del borracho coincidiese con la realidad le disgustaba más todavía, le asustaba, con un miedo supersticioso....
«Estaba frente a mí, y su mirada era triste e incierta, no sabiendo sin duda cómo darme cuenta de su próxima partida. Fui en su auxilio, y tendiéndole la mano le dije: «Perdóneme usted, Carlos; perdone una culpable indiscreción de que me acuso. Quería, sin preguntárselo, saber su secreto; lo he escuchado.
Mira las cosas, ahora por un lado, despues por otro; pronuncia interiormente el nombre de aquello que examina; da una ojeada á lo que rodea el punto principal; no se parece á quien sigue un camino trillado, como sabiendo el término á que ha de llegar, sino á quien buscando en la tierra un tesoro cuya existencia sospecha, pero de cuyo lugar no está seguro, anda excavando acá y acullá sin regla fija.
Su rubor provenía no sólo de mentir, sabiendo que Adriana estaba en la cazuela, sino también a causa de sus hombros y brazos desnudos; aquel año venía por primera vez a la platea del Colón y no podía sacarse la preocupación de que todo el teatro podía verla tan escotada. Ni se atrevía a mirar a Muñoz.
Triunfante, pues, de esta manera de todo el infierno, que contra él se había conjurado, se puso en camino á los nueve de Diciembre; y sabiendo que el contagio hacía por aquel tiempo gran riza en aquella gente, cada momento le parecía un siglo por llegar cuanto antes y poder remediar, ya que no los cuerpos, á lo menos las almas de aquellos miserables.
Luego se han visto en París, aturdidos por la muchedumbre y por la noche, desamparados, no sabiendo cómo seguir su camino. Valor, mi hombre repite la esposa. Pero tiene que olvidarse de su compañero para dar gracias, con una cortesía de otros tiempos, á alguien que le toma la maleta é intenta levantar al viejo. Es la muchacha ácida, que da órdenes y empuja con irresistible autoridad.
"Es cosa muy saludable y provechosa decía cenar poco para tener el estómago desocupado", y citaba una retahila de médicos infernales. Decía alabanzas de la dieta, y que ahorraba un hombre sueños pesados, sabiendo que en su casa no se podía soñar otra cosa sino que comían. Cenaron, y cenamos todos, y no cenó ninguno.
Qué... ¿estás contento? ¿deseas matar a tu madre? Pues la matarás... ¡Dios mío! ¡y estos son los hombres de talento! ¡los señoritos con carrera! Cuánto mejor que fueses un bruto como yo o como tu padre; sin estudios, pero sabiendo vivir y divertirse sin compromiso. Después relataba minuciosamente lo ocurrido.
Que no me gustaban las píldoras ni aun doradas. Mal hecho dijo el general. Mal hecho era su torso, señor. Y más sabiendo dijo la condesa que... No acabó la frase al notar que una expresión penosa, como de amargo recuerdo, se había esparcido en la abierta y franca fisonomía de su primo. ¿Es feliz? preguntó.
Sabiendo cuánto influyen en los sacudimientos cerebrales y en las hemorragias internas los accesos de furor, puede creerse que, tal vez, la rabia y no el orgullo de ver a su hija elevada al rango de Tribuna del pueblo determinaron en la pletórica constitución del viejo la apoplejía fulminante.
Palabra del Dia
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