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Actualizado: 3 de junio de 2025
Sabiendo en Santa Cruz como querian Volverse, porque el Gomez lo ha tratado, Diciendo que las aguas ya venian, Y no estaba el camino aparejado: A Diego Gomez presto le prendian Y al Audiencia le envian á recado. Don Diego no desiste del camino, Que tullido y enfermo á Mizque vino.
Sabiendo que era el Señor. 13 Viene pues Jesús, y toma el pan, y les da; y asimismo del pez. Le dice: Sí Señor; tú sabes que te amo. Le dice: Apacienta mis corderos. Le responde: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dice: Apacienta mis ovejas. Se entristeció Pedro de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? Y le dice: Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo.
Un ciudadano que no hubiera sido marino, apenas se habría atrevido á llevar ese traje y mostrar esa cara, con tal desenfado y arrogancia, sabiendo que se exponía á sufrir un severo interrogatorio ante un magistrado, incurriendo probablemente en una crecida multa ó en algunos cuantos días de cárcel: pero tratándose de un capitán de buque, todo se consideraba perteneciente al oficio, así como las escamas son parte de un pez.
Sabiendo todo esto, debe saber tambien que la estética divide el imperio de las artes en dos; artes de espacio, y artes de tiempo, es decir, artes que se ven ó que se palpan, ó artes que se oyen ó se sienten.
Al despertar, la imagen quedábase fija en su memoria, ennoblecida y hermoseada por el ensueño, como una ilusión más de las muchas que llevaba en el bagaje de sus esperanzas. Maltrana, al preguntarse si amaba de veras a Feli, permanecía indeciso, no sabiendo ciertamente qué contestar.
¡Y pensar decía que nos enfurecíamos, como si el mundo fuese á deshacerse, porque alguien arrojaba una bomba contra un personaje! Estos exaltados ofrecían para él una cualidad que atenuaba sus crímenes. Morían víctimas de sus propios actos ó se entregaban sabiendo cuál iba á ser su castigo.
Recuerdo que una vez me dijo señalando con el dedo nuestros campos de Milly: «Hijo mío, esto es bien pequeño, pero sabiendo limitar nuestro deseo a lo que poseemos, resulta grande; la felicidad está en nosotros mismos, y ensanchando los límites de nuestros viñedos no conseguiremos la felicidad.
Luego, regimientos de infantería, escuadrones, baterías rodantes. Marchaban lentamente, con una lentitud que desconcertaba á Desnoyers, no sabiendo si este retroceso era una fuga ó un cambio de posición. Lo único que le satisfacía era el gesto embrutecido y triste de los soldados, el mutismo sombrío de los oficiales. Nadie gritaba; todos parecían haber olvidado el Nach Paris.
No sabiendo, pues, cuánto le daban, el cura no sabía cómo agradecer; balbuceaba: Os doy muchísimas gracias, señora; sois demasiado buena, señorita. En fin, como no agradeciera lo bastante, Juan creyó deber intervenir. Mi padrino, estas señoras acaban de daros dos mil francos. Entonces, presa de una gran emoción y agradecimiento, el cura exclamó: ¡Dos mil francos, dos mil francos para mis pobres!
El americano se detiene entonces, respira un poco, y cuidando el capital, no cuenta ya la renta, pues sabe gastarla; el francés no sabe más que ahorrar. El francés sólo tiene un lujo verdadero: sus revoluciones. Prudente y cautelosamente se reserva para ellas, sabiendo que costarán muy caro a la Francia, pero al mismo tiempo darán ocasión a muy ventajosos empleos.
Palabra del Dia
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