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Actualizado: 26 de junio de 2025
Además, la idea de que Luis tenía noticia de aquellos martirios, y le dolían vivamente era aliciente mayor para prodigarlos. ¡Que sufriese ella, que sufriese él, el vil, el pérfido, que había gozado de su juventud, y cuando la halló vieja la arrojó como un trapo sucio a la barredura! En uno de estos días de profunda y rugiente cólera la vida de Josefina corrió inminente peligro.
=CANCION de un náufrago al mar.= Enemigo que herido del Bóreas rigoroso, leon rugiente levantando el bramido, no has podido templar mi pena ardiente, porque de mi amor ciego con ser tanta tu nieve es mas el fuego.
Castelhum bajó a Posadas sobre una agua de inundación que iba corriendo nueve millas, y que al salir del Guayra se había alzado siete metros la noche anterior. Tras gran sequía, grandes lluvias. A mediodía comenzó el diluvio, y durante cincuenta y dos horas consecutivas el monte tronó de agua. El arroyo, venido a torrente, pasó a rugiente avalancha de agua ladrillo.
Destacábase en el pórtico, secular cancerbero, una Esfinge de piedra, ¡una viva y rugiente Esfinge de piedra!... En vez de proponernos cuestiones insolubles para devorarnos si no las resolvíamos, como a Edipo y a tantos otros mortales, huyó a nuestra vista arrastrando el rabo. Un rabo tan pesado, que hacía un surco en la tierra que se dijera el lecho seco de un torrente.
El rumbo de tan tristes cortejos era el Muelle, donde había ya una muchedumbre con los ojos clavados en la boca del puerto. El temporal había cesado casi por completo en tierra, y de la mar sólo se veía una parte de su furia, estrellándose espumosa y rugiente sobre las tristes Quebrantas.
Los católicos conservan a la muerte todo el respeto solemne que Dios le ha dado, adoptándola él mismo como sacrificio de expiación. Reinaban un silencio y una calma llena de majestad, en aquel humilde recinto donde acababa de penetrar la muerte. Fuera, seguía desencadenada y rugiente la tempestad. Adentro todo era reposo y paz.
Todo perdido en sueños de agonía y en el delirio del dolor flotaba; todo en su corazon rugiente hervia, y Leila sólo á su afanar reia y con su dulce amor le consolaba. ¡Y ella tambien, el último tesoro, la flor preciada de esplendor naciente, ya en los ojos de luz acerbo el lloro, y los reflejos de sus trenzas de oro como nimbo fatal en su alba frente!
El tren, rugiente, majestuoso y veloz, cruzó ante él, despidiendo la negra máquina centellas de fuego, semejantes a espíritus fantásticos danzando entre las tinieblas nocturnas. Pocos momentos después de que Miranda bajó a recoger su cartera, habíase abierto la puerta del departamento donde quedaba Lucía dormida, penetrando por ella un hombre.
Eran destellos de la enorme pupila las gotas de refulgente argentería líquida que saltaban de rayo a rayo, a cada vuelta; y el quejido penoso que la pesada rueda exhalaba al girar, completaba el símil, remedando el hálito del monstruo. Un puente lanzado con osadía sobre el mismo arco de la catarata que formaba la presa dejaba ver, al través de su tablazón mal junta, el agua espumante y rugiente.
Es aquello todavía la costa normanda, pero es el mar bretón, ese mar inolvidable, «cautivador de almas» según la justa expresión de un poeta ignorado, mar acariciador y terrible, dulce y suave como el terciopelo, claro y transparente como el cristal o rugiente y amenazador, erizado de picos monstruosos y de insondables cráteres. ¡Qué hermoso es esto, madre, qué hermoso!
Palabra del Dia
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