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Actualizado: 7 de junio de 2025


Doña Rebeca, ante la insolencia provocativa de aquella arrasada, se desató en improperios contra el hijo guapo de su corazón, y pensando con terror en el desquite que Narcisa se iba a tomar a costa de aquel despojo, entonó la salmodia estupenda de sus refranes: Al arca abierta, el justo peca.... Del enemigo, el consejo.... Fíate de la Virgen.... ¡Era toda un puro berrinche la señora de Rucanto!

Después de enfervorizarse con esta membranza sentimental y preciosa, Salvador discurría amorosamente sobre el porvenir de su protegida. El nada sabía de los misteriosos terrores que la niña le había inspirado la sola idea de que doña Rebeca la llevase de la mano camino adelante, ni mucho menos sospechaba las torturas que la pobre criatura padecía en poder de los de Rucanto.

El segundo, rudo y torpe, hacía vida montaraz y sólo paraba en Rucanto el tiempo preciso para comer y dormir; algunas veces, para pedir dinero y, con escasa frecuencia, para mudarse de ropa. Tenía el cuerpo recio, los ojos turnios, áspera la voz y fiero el ademán. Era mocero y borracho; se llamaba Andrés.

; usted «no caerá».... Como usted apenas sale de casa, no conoce a la mocedad de Rucanto.... Pues es una, aparente ella, pinturosa de la rama y de mucho empaque.... Carmen volvió a decir, como en un delirio: ¡Rosa!... Y a tal punto oyéronse más lamentables y distintos unos grites agudos en el fondo de la casa.

Cuando llegó a Rucanto la niña de Luzmela, la recibieron los sobrinos de don Manuel con indiferencia sublime, mirándola de hito en hito...; ¡fué aquella la primera vez que bajó los ojos turbada delante de su nueva familia!...

Allí, en Luzmela, todo era paz y amor pensaba la niña soñadora , así como aquí, en Rucanto, todo es odio y venganza. Y tembló la pobre. Prestó oído atento.... ¿Reñían?... ¿La llamaban?... No; estaba muda la casona; Carmen podía seguir soñando. Soñaba con la mirada desvaída y los labios entreabiertos..., estremecida de frío..., con las mejillas húmedas de llanto.

Con acento contenido y amoroso le suplicó, casi al oído: ¿No te he dicho que mientras yo esté en Rucanto no debes temer nada? Tenía Carmen cuajados de lágrimas los ojos y era presa de una emoción confusa, entre grata y doliente. Llena de sinceridad infantil interrogó ansiosa: Y ¿estarás aquí mucho?...

Cuando se sintió cobijado por las montañas y los celajes de su país, tuvo a la vez una viva emoción de temor y de alegría. Fuese a rendir su viaje a la estación de Rucanto, y, sin detenerse un punto, se dirigió a la casa de doña Rebeca.

Aquella tarde fué Rita a Rucanto, impaciente por ver a su niña y saber si era cierto que estaba tan contenta como el médico había dicho. Encontró abierta la casa, y a su llamada nadie respondía. Fué subiendo la escalera lentamente y se deslizó un poco azorada por los pasillos.

Doña Rebeca decía que estaba enfermo. Debía de ser verdad, porque a menudo salían del aposento ayes y gemidos. Lloraba entonces la madre; Narcisa se enfurecía, y si en tales ocasiones de tragedia llegaba Andrés a Rucanto, rodaban los muebles, estallaban los cacharros en añicos, y las puertas se batían en tableteos formidables.

Palabra del Dia

rigoleto

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