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Actualizado: 7 de junio de 2025


Su inteligencia clara y su corazón noble se sobrepusieron a la debilidad de los trece años; dominando con valor admirable el terror que le inspiraba doña Rebeca, la acompañó dócil a Rucanto, y allí se echó sobre los hombros su nueva vida, con un firme empeño de levantarla y llevarla gallardamente hasta el final del camino.

Pero, con gozo, vino a convencerse de que el ambulario mozo se había sumido de nuevo en la aventura de su vida errante, sin dejar en el camino otra huella que la que deja un ave en el espacio con sus alas, o en el mar una onda con sus espumas.... Tampoco de Andrés había en Rucanto más que remotas nuevas en aquella temporada.

Entonces, reparando el marino en la profunda alteración de sus facciones, observó: también pareces enfermo.... El médico perdió su aplomo hasta el punto de no saber qué contestar, y la despedida resultó fría y penosa. Todo el resto de aquel día se pasó en Rucanto en una tesitura violentísima, pero sin una voz levantada, sin un insulto echado a volar.

Hablaron en voz baja, con las miradas confundidas y los corazones agitados. Hacían una pareja encantadora. Mientras tanto, Salvador, acompañando a doña Rebeca, iba gustando una cruel amargura insoportable. Carmen no le parecía la misma. No era su hermanita de Luzmela ni su protegida de Rucanto.

Cuando la niña llegó a Rucanto, la instalaron regaladamente en el gabinete de Narcisa; entraba con ella en casa la abundancia, y tras la primera mirada inquisitorial y hostil, los sobrinos de don Manuel tuvieron para la intrusa una displicencia tolerante, única tregua de paz que se le concedió en aquella mansión belicosa.

Salvador, deseando esquivar en aquel momento la persecución de las señoras, se despidió de Carmen aceleradamente, prometiéndole volver muy pronto y haciéndole prometer que, entretanto, ella le escribiría con reserva, poniéndole al corriente de su situación, sobre la cual era preciso resolver en definitiva. Era aquél un día de emociones en Rucanto.

Y Salvador, alzándose de la silla, volvió a cruzar el salón al compás de sus cavilaciones, mientras Rita suspiraba al son de las suyas.... Aprovechó el médico la ocasión de haber sido llamado a la cabecera de Julio para menudear sus visitas a Rucanto, y doña Rebeca le recibía muy amable.

Con acento un poco cínico, comentarió, riéndose: Está mal hecho..., ya lo , ¡qué demonio!; pero yo necesitaba salir de Rucanto a escape, sin despedidas ni explicaciones; me hacía falta dinero, y ya, de coger algo, cogí todo lo que había...; ¡que se arreglen como puedan!... Venía yo de muy mal humor...; sacrificarse duele, hombre; hace mala sangre y pone la vida oscura.

A pesar de estos finos comentarios, hechos sin recato ni vergüenza delante de la misma Carmen, las de Rucanto recibían a Salvador con agasajo y blandura, considerándole «un buen partido». Delante de él halagaba doña Rebeca a la niña y ponderaba su crecimiento y donosura.

Aquí, jugamos un poco de pequeños, ¡ya no me acuerdo de aquellos años! En seguida me llevaron al colegio, desde allí a la Universidad; cuando acabé la carrera ella estaba ya casada en Rucanto. Estuve aquí con mi padre corto tiempo, y partí a visitar la Europa, ansioso de ver mundo y correr aventuras.

Palabra del Dia

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