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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Sin embargo, Raúl, no podemos tardar más. Mi dignidad y la tuya no sería lo único que sufriría... Hay que hablar a tu madre, es preciso... Sorprendido por aquella vehemencia que contrastaba con su apariencia débil y delicada, Raúl la interrogó con la mirada. Confusa y ruborizada, Juana se acercó más estrechamente a su marido y pronunció muy bajito unas palabras.
¡Ay, que es Neluco! exclamó con un timbre de voz que parecía nota de un salterio, y con su carita de angelote de Rubens, inundada de alegría . ¡Toma! añadió enseguida viniendo hacia nosotros y mirándome un tantico ruborizada, como si tratara de enmendar su descortesía conmigo . ¡Y viene con otro señor muy cabayeru!
Pero se detuvo al oír la voz cascada y chillona que sonó en la antesala. ¡Es el ama...! ¡el ama! gritó Amparito con ingenua alegría. Pero inmediatamente se contuvo, ruborizada, como si hubiese cometido una terrible inconveniencia. Precedida de Nelet, entró en el comedor, balanceándose y atronándolo todo con sus chillones «¡buenos días!», una labradora gruesa y hombruna.
Para tenerlo guardado siempre como una reliquia en un cofrecito de cristal y ponerlo al lado de mi cama; para sacarlo cuando me vaya á acostar y acordarme de ti y darle un millón de besos... ¡Calla, calla! exclamó la niña sonriendo ruborizada. El diez y seis; el treinta y nueve; el setenta pelado, y revuelvo. ¡Jesús, qué setenta interrumpió D.ª Demetria; ni una sola vez deja de salir!
Yo no lo quería creer; pero ya lo creo, lo creo como creo en la luz. Diciendo esto puso una rodilla en tierra. Alarmada y ruborizada Florentina dejó de prestar atención a la costura. Primo... ¡por Dios!... murmuró.
Pero no se atrevió a expresarlo sino de un modo indirecto y vago, y con las mejillas coloradas, a Carlota, que a su vez le respondió, ruborizada también, que «no se pensase todavía en aquello.» Pero ambos siguieron pensando, cada cual por su lado; de tal suerte, que si sus bocas estaban calladas, se lo decían a todas horas con los ojos.
Su amor platónico al ascetismo le impulsaba a alentar en vez de reprimir prudentemente el de su penitenta. Cada mortificación que ésta se infligía y temblando y ruborizada venía a relatarle en el confesonario le causaba un gozo profundo, le parecía un triunfo sobre el pecado y se forjaba la ilusión de que a él le correspondía una parte de la victoria.
Cecilia escuchaba estos dichos con la sonrisa, en los labios y ruborizada. Desde que habían comenzado los preparativos de boda, sus mejillas, antes tan pálidas, estaban casi siempre arreboladas. Esta animación y el brillo que la felicidad prestaba a sus ojos, si no bonita, la hacían interesante y simpática. No hay muchacha que en vísperas de casarse deje de serlo más o menos.
A uté no, que e mu feo: a esa señorita tan remonísima que yeva uté a la vera contestó el Serranito. Julita se echó a reír, ruborizada. En torno de la plaza, donde llegaron en seguida, se agitaba la multitud, pugnando por entrar; los coches que allí se juntaban producían disturbios y motines, que los guardias no eran suficientes a reprimir.
Salvador, precipitadamente, interrogó: ¿Quieres tú dinero? Ruborizada, torpe, confesó: Quisiera tener un poco para dárselo. ¿Pero tú no necesitas nada para ti? Para mí no. Yo veo que te hacen falta muchas cosas, Carmen. Ella repitió con desaliento: Ninguna cosa me hace falta....
Palabra del Dia
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