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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Pero álzase éste en queja del «atropello», y comienzan los trámites reglamentarios, y viene la ley con sus distingos y sutilezas casuísticas, y hete a nuestro hombre pagando los vidrios rotos y quizás a las puertas de la cárcel, como un salteador de caminos. Y hay casos de ello. ¿Por qué?
Alguno, más entusiasta, completaba la aclamación, lanzándola con toda su pureza clásica, como lo hacen los rotos en las fiestas patrióticas ó en la guerra al cargar á la bayoneta: «¡Viva Chile, m...!»
El que está leyendo el periódico y tiene los zapatos rotos es el Emperador y Autócrata de todas las Américas, y aquel anciano a su lado que se mece la barba, ese es, !ah! no me atrevo a decir a usted quién es.
Las dos monjas las recogieron con timidez: la muerta se las había dado para sus obras de caridad. Luego quedó cerrada la tapa, desapareciendo para siempre la que minutos antes era una mujer hermosa que los hombres no podían ver sin estremecimientos de deseo. Las cuatro tablas sólo guardaban harapos rojizos, carnes agujereadas, huesos rotos.
Buscó la joven un rinconcito donde colocarle, en uno de aquellos muebles rotos, y allí escondido le visitaba todos los días y le contaba en plática muda y tierna sus dolores solitarios. Aquella mañana fué a verle y le pareció que él también estaba más afligido que nunca. Después se asomó a contemplar la torre grave y maciza de Luzmela, la torre amiga de su corazón.
Llegaban parejas de aspecto distinguido, acostumbradas á la vida de los salones, vestidas con elegancia, y revueltas con ellas vió pasar á varios jóvenes de abundosa cabellera, que llevaban frac lo mismo que los otros invitados, pero se despojaban de paletós raídos ó con los forros rotos.
Interrogaciones son estas que solo con hipótesis contestan las generaciones presentes. Jadeantes, rotos y hambrientos dirigimos la última mirada á la bóveda del calizo sarcófago, jamás hollado hasta entonces por planta europea, comprendiendo el placer de la libertad al divisar por la abertura de la peña las azules ondas que no encuentran dique hasta besar las arenas de las americanas playas.
Sin alterarse luego, hizo con pausa mil añicos de la carta, incluso del sobre; después estuvo a punto de echar los añicos en el cesto que tenía al lado para los papeles rotos; y al cabo, como reflexionándolo mejor, y como temiendo que la carta destrozada pudiera juntarse y recomponerse, se alzó don Braulio de su asiento, se dirigió a la chimenea que ardía en un lado de la sala, y arrojó con cuidado en la llama todos aquellos pedacitos de papel.
A toda hora atormentábala el temor de que cuando muriese la colocaran en un ataúd demasiado corto, donde no pudiera estirar las piernas. Era muy modesta, suave, de lindo rostro exangüe, como se pinta a las monjas y a las santas. Mientras hablaba, sus largos dedos blancos arreglaban los encajes rotos de su peto.
Algunos, con el enardecimiento de su entusiasmo, daban el viva extravagante y heroico de las grandes batallas el que acompaña al populacho armado y patriótico de los «rotos» en sus empresas hazañescas, la aclamación reveladora de un carácter testarudo, capaz de ir adelante por encima de todos los obstáculos. ¡Viva Chile, m...!
Palabra del Dia
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