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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Experimentaba el asombro del ebrio que recobra la razón entre los objetos rotos por su feroz inconsciencia. Recordó las palabras de Castro y del médico; ¿cómo no había visto él que este duelo era un disparate? El arrepentimiento cosquilleó en sus ojos con una sensación húmeda; pero ya era tarde. Debía continuar, aunque le faltase la serenidad.
Y qué abrigaditas con sus pieles... Pues yo tuve anoche mucho frío, y ando con los zapatos rotos. Paren, paren el coche, que voy a subir un ratito. Estoy cansado. ¡Valientes tías!... Subiré por el Dos de Mayo. Por aquí va mucha gente a pie.
En el opuesto lado de la huerta, que era el sitio más apartado y feo, había un tinglado, bajo el cual se veían tiestos vacíos o rotos, un montón de mantillo que parecía café molido, dos carretillas, regaderas y varios instrumentos de jardinería.
Entonces ¿eres tú el que paga los platos rotos? me lanza a quema ropa el viejo pícaro. Yo me pregunto: «¿Tengo que negar?» ¡Bah! ¡Que el diablo lo lleve!... y convengo en la cosa. Pues no dice el otro secamente; nada de eso, hijo mío, no acepto. ¿Y por qué? A causa de los hijos, por supuesto... Tengo que pensar en los nietos que tu magnanimidad me otorgará sin duda.
La señora Angustias, que velaba aguja en mano muchas noches para que el niño fuese decentito al taller, con las ropas limpias, le encontraba en la puerta de su casa, temeroso de entrar y sin valor al mismo tiempo para huir, por la servidumbre del hambre, con los pantalones rotos, la chaqueta sucia y chichones y rasguños en la cara.
A mano derecha hay una vía que empieza en calle y acaba en horrible desmonte, zanja, albañal o vertedero, en los bordes rotos y desportillados de la zona urbana. Antes de entrar por esta vía, Isidora hizo rápido examen del lugar en que se encontraba, y que no era muy de su gusto.
El mundo, en su movimiento de traslación, corría demasiado aprisa para que ellos lograsen mantenerse eternamente en su superficie. Se agarraban a la corteza con sus garras de hueso, pugnando por mantenerse firmes durante muchos años, tal vez durante siglos, pero la velocidad de la carrera acababa por expelerlos a todos, dejando atrás una estela de huesos rotos, luego de polvo, y al fin nada.
Usted no es un niño, y debe comprenderlo. ¿Por qué no hace caso de lo que le dicen las personas que le quieren bien y que se interesan por usted?». Moreno la miraba estático. Algunos monosílabos salieron de su boca; pero aquellos pedazos rotos de su pensamiento más bien parecían de aquiescencia que de protesta.
Y le mostró en el fondo de una caja clavos, tachuelas, dos martillos rotos, todo de hierro viejo recolectado en sus excursiones por las afueras y traído a casa con una minuciosidad que le hacía aprovechar cuantos objetos veía en el suelo. Si la señora necesitaba botones, hilos o agujas, también encontraría gran provisión en una tabla de la biblioteca.
Lo cierto era que el enfermo se moría poco a poco; que su madre, aunque lo sabía muy bien, no daba muestras de apurarse por ello, y que ya no era Verónica quien pagaba, como en otros tiempos, todos los vidrios rotos de la casa.
Palabra del Dia
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