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Actualizado: 10 de junio de 2025
Si así no fuere, todavía me consuela la idea de que alguno habrá que al leer estos pobres renglones aprobará su espíritu y me otorgará su simpatía. A ese lector benévolo, después de saludarle cordialmente, le diré como el sabio Yâjñavalkya á Artabhâga, en el Brâhmana de los cien senderos: «Dame tu mano, amigo; este conocimiento no está hecho más que para nosotros dos». El viajero.
Entonces ¿eres tú el que paga los platos rotos? me lanza a quema ropa el viejo pícaro. Yo me pregunto: «¿Tengo que negar?» ¡Bah! ¡Que el diablo lo lleve!... y convengo en la cosa. Pues no dice el otro secamente; nada de eso, hijo mío, no acepto. ¿Y por qué? A causa de los hijos, por supuesto... Tengo que pensar en los nietos que tu magnanimidad me otorgará sin duda.
Es de tal suerte mi amor, que la quiero á usted más, altiva que risueña, que padezco horriblemente con sus desdenes y padecería aún más si, confundida con el vulgo de las coquetas, me otorgara los pequeños favores que halagan la vanidad, que gozo con que usted me desprecie y me haga llorar y que todas estas extravagancias se las cuento para que usted me desprecie todavía más y se acreciente el sabor dulce que percibo en el fondo de sus desprecios. ¡Seré insensato!
Pasaron siete años, al cabo de los cuales, Tistet Védène, regresó de la corte de Nápoles. No había concluido todavía el tiempo de su empeño en ella; pero había sabido que el archipámpano de Sevilla había muerto repentinamente en Aviñón, y como el cargo parecíale bueno, había regresado muy a prisa para gestionar que se le otorgara.
Palabra del Dia
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