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Estuvo taciturno y silencioso durante la comida. De vez en cuando sus labios se contraían con sonrisa sarcástica y murmuraba un ¡villano! ¿Qué tienes, Rosendo? se atrevió al fin a preguntarle su esposa, que ya estaba inquieta. Nada, Paulina; que la envidia produce grandes estragos en el mundo se limitó a contestar con amargura.

Don Rosendo y Pablo se iban todos los días invariablemente a Sarrió después de almorzar y venían a la hora de comer.

Indignó la gacetilla en alto grado a todos los amigos de Belinchón, e hizo crecer en sus corazones el fuego de la venganza. Por lo bien escrita y malintencionada, achacábase comúnmente a Sinforoso Suárez. ¿Cómo? ¿Sinforoso no era el redactor principal de El Faro, el amigo fiel y edecán de don Rosendo? Ya no.

A la izquierda se elevaba una altísima montaña ideal que lo dominaba enteramente, y sobre ella se veía un caballero que guardaba cierto parecido lejano con don Rosendo, dirigiendo los fuegos de una inmensa linterna sobre la villa. Cerca de él percibíanse las cabezas de otros cuantos personajes.

Cierta tarde, con la seguridad que le dieron de que Peña había ido de paseo hacia la Escombrera con don Rosendo, nuestro Sinforoso se arriesgó a entrar a beber una botella de cerveza en el café de la Marina.

La luz del candil y los reflejos de la lumbre arrancaban destellos a la hojalata limpia, al barro vidriado de las cazuelas del vasar, y la temperatura se suavizaba, se elevaba, hasta el extremo de que el señor Rosendo se quitase la gorra con visera de hule, descubriendo la calva sudorosa, y la niña echase atrás con el dorso de la mano sus indómitas guedejas que la sofocaban.

Mientras alguno de los del Faro estaba delante, nada; pero en cuanto se iba, esgrimían las lenguas con singular encarnizamiento. Unas veces hablando en serio, otras apelando a la burla, se trituraba a todos los que intervenían en el periódico, y muy particularmente, como es lógico, al que mejor y más altamente lo personificaba, el eximio don Rosendo.

Creo que es porque hoy llega un señor a casa de don Rosendo... y como la carretera atraviesa la romería... Ah, , el duque de Tornos... ¿Pero qué tiene que ver?... ¡Vamos, están locos!... Mira, déjame un momento; voy a vestirme, y veré a Maza. Creo que lo arreglaremos. Déjame.

Mañana mismo te llevo a confesar con don Aquilino. Bueno, dale memorias a don Aquilino. ¡Espera, espera, grandísima picara! gritó la señora haciendo ademán de levantarse para castigar a su hija. Pero en aquel instante aparecía en la puerta la figura de don Rosendo con bata multicolor y gorro de terciopelo con borla de seda. ¿Qué pasa? preguntó sorprendido viendo la actitud airada de su esposa.

No seas así le dijeron por lo bajo las costureras. No me da la gana. ¿Queréis dejarme en paz? les respondió ella en voz baja también, mas con acento iracundo. ¿No quieres ir? preguntó don Rosendo con afectada severidad. ¿No quieres ir? La niña permaneció inmóvil y silenciosa. ¡Pues sal de aquí ahora mismo! ¡Quítate de mi vista!