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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Luego la vi alzarse lentamente, arrancarse su corona de rosas, y luego irse despojando de sus joyas, de sus ropas; vi enteramente su hermoso cuello: sus redondos hombros; luego su cabellera destrenzada agrupándose de una manera maravillosa a ambos lados de su semblante; al fin se volvió y se alejó lentamente; se abrieron las cortinas de la alcoba y volvieron a cerrarse.
A los dos lados estaban dos enormes navajas de afeitar abiertas, que formaban dos pirámides; en el centro de estas había dos muelas colosales. En torno reinaba una guirnalda de rosas, semejantes a ruedas de remolachas, y de la guirnalda colgaba un monstruoso par de tijeras.
Todo era dicha y tranquilidad en casa de doña Manuela, y el contento de la familia repercutía en Las Tres Rosas, donde la sencilla Teresa considerábase feliz. Sabía que su marido había roto definitivamente con Clarita, aquella «mala piel» que vivía en la calle del Puerto. Ya no le pagaba los trimestres del entresuelo, ni atendía a sus locos gastos.
JARIFA. En otra te di yo un sí, En otra dueño te hice Deste bien que hoy se confirma; Aquí se rompió la firma Y la deuda satisfice. Viendo estas rosas y flores, Estos árboles y fuentes, Tengo, Abindarráez, presentes Nuestros pasados amores.
La más joven sonreía mirando á la tapia, y al reaparecer sobre ella el capitán, casi palmoteó de entusiasmo, como si celebrase una arriesgada suerte de gimnasia. El marino las creía inglesas, y habló en su idioma al entregarlas las dos rosas que llevaba en la mano.
Cierto que tenía el cuerpo escultural, vivificado por venas azuladas que parecían serpear entre tibia carnosidad de rosas; mas su belleza estaba deslucida porque, teniendo el pelo tan negro como las bayas de la yedra, había dado en la estúpida manía de teñírselo de rubio lino.
Veintiocho, treinta o treinta y dos años podían haber corrido sobre él, sin que fuese dable decir si los representaba. El descolorido semblante lo tenía aún más pálido en los pómulos, allí donde suelen estar las que en verso se llaman rosas.
Aquel rostro parece divino, combinándose en él la expresión del dolor más profundo y la humilde conformidad con la voluntad del Altísimo. Los ojos de la Virgen son hermosos y dulces; el llanto los humedece. En las mejillas de la imagen hay dos o tres lágrimas como el rocío en las rosas. En el resto de la imagen no se advierte forma ni dibujo de cuerpo de mujer.
Nadie comprenderá ahora mi acento: Mas llegará, hija mia, algun momento Que se verán las rosas jerminar, Y alzando ufanas sus cabezas rojas El viento murmurando entre sus hojas Se bañará en lo que hizo fecundar.
El carruaje y las guarniciones brillaban como si fueran de oro, y los caballitos con sus rosas blancas a cada lado de la cabeza. La muchedumbre se había aglomerado en el patio de la estación, y allí supieron que tendrían el honor de asistir a la llegada de las castellanas de Longueval.
Palabra del Dia
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