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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Y se puso a la obra, y desenterró poco más de cien peluconas, de esas que bajo el Indiae et Hispaniarum Rex lucían el busto de Carlos III o Carlos IV. Román volvió a habilitar la tienda, y su comercio de platería marchó viento en popa.

9 Los carboneros de Francia, del Dr. Mira de Mescua. 10 Cómo nació San Francisco, de D. Román Montero y D. Francisco de Villegas. 11 La discreta venganza, de D. Agustín Moreto. 12 Contra la fe no hay respeto, de D. Diego Gutiérrez. 1 El médico pintor S. Lucas, de D. Fernando de Zárate. 2 El Rey Don Alfonso el Bueno, de D. Pedro Lanini Sagredo.

Los chicos abrían tamaños ojos para verme, como sorprendidos de la rara dulzura de su maestro. Cerca de la mesa se detuvo don Román, volvióse hacia la chiquillería, y prorrumpió solemnemente, en tono de sermón: Este, éste que ven ustedes, es uno de mis discípulos más queridos. Muchas veces, muchas, os he hablado de él. Es inteligente, bueno, estudioso.... Tomadle por modelo.

Porque resultó que don Recaredo aprovechaba la ida a Tablanca para despachar un negocio, pendiente de ese paso año y medio hacía, en un pueblecillo del Nansa, aguas abajo, y el insigne campurriano tenía también sus quehaceres de urgencia en la capital, por lo que se le llevaron consigo don Román y su yerno.

¿Cuál sería la sorpresa del encaramado Román al ver que de cada parche sacó Ovillitos una onza de oro y que luego las enterró al pie del árbol, después de haber permanecido gran espacio de tiempo contemplándolas amorosamente?

El vaquero Emperador, anónima, licencia de 1672. Pachecos y Palomeques, de D. José Antonio García de Prado, licencia de 1674. El mejor maestro Amor, de D. Manuel González de Torres, licencia de 1683. Amar sin favorecer, de Román Montero, 1660. Casarse sin hablarse, anónima, licencia de 1641. Vida y muerte de San Blas, de Francisco de Soto, licencia de 1641.

1 El vaquero de Granada, de D. Juan Bautista Diamante. 2 La dicha del carbonero y Lorenzo me llamo, la nueva, de D. Juan de Matos Fragoso. 3 Hay culpa en que no hay delito, de D. Román Montero de Espinosa. 4 El mancebo del camino, de D. Juan Bautista Diamante. 5 Los sucesos de tres horas, de Luis de Oviedo. 6 Fiar de Dios, de D. Antonio Martínez y D. Luis de Belmonte.

En estas dudas vi a don Román Pérez de la Llosía salir como una flecha, de entre los más rezagados del grupo que bajaba, hacia el hombre que subía, y que éste, al notar que se le acercaba el de Coteruco, desprendió su diestra de la del campurriano, y se quitó con ella marcialmente el chambergo, descubriendo así la frente espaciosa y blanca, sobre la cual parecía reflejarse el rayo de luz que lanzaron entonces sus ojos.

He observado que el amor a las letras, que es en tan vivo y constante, como lo fué siempre en este pobre viejo, suele quitar a las gentes el sentido práctico. Los literatos no entienden sino de libros, de su arte, y no sirven para otra cosa. Déjate un poco de versos y libros, y aplícate al trabajo. Serás más feliz que yo. Don Román me abrazaba, y me acariciaba la frente apesarado y conmovido.

La otra gloria villaverdina fué un buen clérigo que nunca se acordó de su pueblo natal; un sacerdote austero, sencillo y trabajador, gran teólogo, al decir de don Román López que llegó a canónigo angelopolitano, y después a obispo, honor a que nunca aspiraron los villaverdinos; que nunca pensaron alcanzar, y que los llenó de alegría ¡Obispo un hijo de Villaverde! ¡Cielos! ¡Qué dicha!

Palabra del Dia

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