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Estas habían sido bien barridas y alfombradas luego de juncia y gayomba. Aguardando ver pasar la procesión se hallaban muchas personas en las puertas, ventanas y balcones, pendientes de cuyas rejas y barandas lucían vistosas colgaduras de damasco encarnado, verde y amarillo, o de colchas de algodón estampado con enormes floripondios y orladas de rizados y cándidos faralaes.

Todavía eran más cándidos y relucientes sus cabellos levemente rizados y sus luengas y bien peinadas barbas. Al andar, se apoyaban algunos en dorados báculos. Otros traían y tocaban arpas, violines y salterios. Guirnaldas de verdura y de flores ceñían las sienes de todos aquellos ancianos.

Desfilaban los cleros parroquiales con sus áureas cruces; los seminaristas con la frente baja y los ojos en el suelo, cruzadas las manos sobre el pecho; y en toda la extensión de la plaza, a la luz de los cirios, que brillaban con más fuerza en el crepúsculo, veíanse dos filas interminables de deslumbrante blancura, compuestas por los rizados roquetes y las albas de ricas blondas.

La frente ancha y baja, las despejadas sienes, los cabellos cortos y rizados que avanzaban en punta hasta cerca de las cejas, la nariz recta y larga, el mentón prolongado, y, sobre todo, la expresión tranquila de sus ojos obscuros hubieran inducido a creer que pertenecía a la familia de los rumiantes más bien que a la de las fieras; pero hubiese sido aventurado fiarse de las apariencias.

Escribiendo, era prolijo: su estilo se componía de las más crespas y ensortijadas frases que es dado imaginar. Pulía de tal modo su prosa, que parecía una cabellera con cosmético y bandolina, pudiendo servir de espejo; y sus versos eran tales, que se les creerían rizados con tenacillas. Nunca repitió una palabra en un mismo pliego de papel, por miedo á las redundancias y sonsonetes.

Los montañeses que formaban la partida le siguieron con la mirada. Sus largos cabellos rojos y rizados, sus enjutas y prolongadas piernas, sus anchos hombros, sus movimientos ligeros y rápidos, todo revelaba que, en caso de ocurrir un encuentro, cinco o seis kaiserlicks no saldrían bien parados de semejantes hombres. Al cabo de un cuarto de hora, rodearon el monte de abetos y desaparecieron.

No, barón; otra persona hay aquí cuyo pensamiento permanece fijo en Monteagudo aun con más insistencia que el vuestro.... Me asombráis, noble señora, balbuceó Morel. Acercáos, joven de los rubios cabellos rizados, dijo doña Leonor extendiendo la diestra en dirección de Roger. Poned vuestra mano sobre mi frente. Así, esperad.

Con decir que bajo los puños rizados de encaje, sobre las manos preciosas por mismas y riquísimas por sus sortijas, se veían dos pulseras asimismo de perlas y diamantes, y que también diamantes y perlas salpicaban las anchas trenzas negras de la Dorotea, está hecha la descripción de su atavío. Todo aquello, y otra infinidad de trajes y de alhajas, era regalo también del duque de Lerma.

Se echó a llorar. ¡Un crimen! ¿es verdaderamente crimen? ¡Oh madre mía! si no hubieses muerto, estarías conmigo; yo tendría mi cabeza sobre tus rodillas y ... acariciarías con tus manos mis cabellos largos y rizados; y me dirías si es un crimen, porque yo te lo confesaría todo.