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Actualizado: 27 de junio de 2025
Ahora toca Juanillo, toca con todas tus fuerzas. El ciego comenzó a ejecutar una marcha guerrera. El silencioso hotel se estremeció de pronto, como una caja de música cuando se la da cuerda. Las notas se atropellaban al salir del piano, pero siempre con ritmo belicoso. Santiago exclamaba de vez en cuando: ¡Más fuerte, Juanillo, más fuerte! Y el ciego golpeaba el teclado, cada vez con mayor brío.
Isidro, en sus tiempos de estudiante, había tomado lecciones de sus amigas de los cafés cercanos a la Universidad. Feliciana había bailado con sus compañeras, y fue ella la que, guiada por el instinto femenil, siguió mejor el ritmo de la música, arrastrando a su pareja.
Su andar airoso y reposado, su esbelta estatura, lo terso y despejado de su frente, la suave y pura luz de sus miradas, todo se concierta en un ritmo adecuado, todo se une en perfecta armonía, donde no se descubre nota que disuene. ¡Cuánto me pesa de haber venido por aquí y de permanecer aquí tan largo tiempo!
Todavía respiraba... Un tiro en la sien. Se contrajo el cuerpo bajo un estremecimiento final. Luego quedó inmóvil, con la rigidez del cadáver. Sonaron voces, formaron las dos compañías en columna, y al ritmo de sus instrumentos fueron desfilando ante el cuerpo de la muerta. Del lúgubre carruaje sacaron los hombres enlutados un féretro de madera blanca.
Por eso en la presente obscuridad escuchamos el ritmo de tus pasos, porque en aquella noche de orfandad dilataste tu espíritu hasta romper los lazos del abrazo fugaz de lo mortal. Y por eso, fantasma azul del alma femenina que soñara Rizal, prolongación del beso de su obsesión divina, vibrante poesía que el poeta cantara, eres, clara María, ¡Nuestra María Clara!
Llevábala con paciencia, pero no sin cansancio. ¿Consistiría esto en que sus propios males la hacían más insensible para los ajenos, o en que, robándole los alientos del espíritu, agostaban el campo de sus ilusiones y vanidades, e imprimían nuevo y más sosegado ritmo a los impulsos de su corazón?
¿Le gusta a usted la música? preguntó la dama. ¡Oh, mucho!... Gallardo nunca se había hecho esta pregunta hasta entonces, pero indudablemente le gustaba. Doña Sol pasó lentamente del ritmo vivo de los cantos populares a otra música más lenta, más solemne, que el espada, en su sabiduría filarmónica, reconoció como «música de iglesia». Ya no lanzaba exclamaciones de entusiasmo.
Isidro iba a ser el heredero de todos. Para evitarse las miradas de ella y su sonrisa vengativa, no quiso pasar otra vez por este rincón de la cubierta. Abajo, en la explanada de proa, sonaba una música pastoril, y por los intersticios del toldaje veíanse saltar las cabezas de varias personas con el ritmo de la danza.
Se arremolinaba el aire á espaldas de las baterías con oleaje furioso. Lacour y su compañero recibían á cada tiro un golpe en el pecho, el violento contacto de una mano invisible que los empujaba hacia atrás. Tenían que acompasar su respiración al ritmo de los disparos.
Andar, andar y soñar al compás de las piernas, como si su alma repitiera una música cuyo ritmo marcaban los pasos, era lo que a él le deleitaba.
Palabra del Dia
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