Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 27 de junio de 2025
El bailarín saltaba y saltaba sin regla alguna, sin otra disciplina que la del ritmo de la música, rebotando sobre el suelo con incansable elasticidad. Unas veces abría los brazos con gesto agresivo de dominador, otras los replegaba sobre la espalda, echando los pies en alto.
Y repite lo que en la mañana dijo de la Tierra. El cielo ignora nuestros dolores. Vuelve lentamente hacia la plaza. De todos los cafés, de los restoranes, de los hoteles surge el vaivén musical de los cadenciosos violines. Pasan detrás de los grandes vidrios enrojecidos por una luz interior las parejas enlazadas, siguiendo el ritmo de la música. Bailan... bailan... bailan.
La vista de tierra despertó en Antonio el dolor y el espanto adormecidos. ¿Qué dirá mi mujer? ¿Qué dirá mi Rufina? gemía el infeliz. Y temblaba como todos los hombres enérgicos y audaces, que en el hogar son esclavos de la familia. Sobre el mar deslizábase como una caricia el ritmo de alegres valses. El viento de tierra saludaba a la barca con melodías vivas y alegres.
Los relojes estaban locos indudablemente, lo mismo que su cabeza, que parecía dar vueltas, siguiendo el ritmo de una música dulce. Tuvo la sensación de que pasaron varias veces por el mismo lugar, andando y desandando el camino, sin saber lo que hacían. ¿Qué importaba?... Lo interesante era estar juntos. Hubo un momento en que despertaron, viéndose sentados en un banco de la plaza del Casino.
No es inútil, es imposible. En prosa será inefable. Sería tan necia pretensión como la de querer explicar el efecto de la mejor sinfonía, y aun producirle igual, haciendo un discurso sobre la sinfonía. Pero si lo importante no está en el ritmo, y dialécticamente se revela en la frase, todo el mundo lo entenderá, sin que se traduzca o comente.
En el pescante iban el cochero y Patón. Dentro, Novillo y Apolonio, tiesos, sin cambiar palabra, como dos fetiches llevados a extender el culto a nuevos territorios. Así transcurrió una hora; una hora prolongada, estirada, adelgazada en una hebra interminable y perezosa, como si estuviese hilada con ritmo lentísimo por las yemas de unos dedos rígidos y entumecidos: los cascabeles de las yeguas.
Un áspero bigote cubre su labio superior, uno de esos bigotes duros y agresivos que surgen después de largos años de continua rasura. Su uniforme es viejo, desteñido por el sol y las lluvias. El paño amarillento tiene el color neutro de la tierra. Su brazo derecho pende inerte del hombro y se mueve al ritmo del paso, con el vaivén de las cosas inanimadas.
El tamborilero había recobrado el instrumento de manos del Cantó, y golpeaba con su baqueta el redondo parche. La flauta parecía gargarizar rápidas escalas, antes de emprender la adormecedora melodía de africano ritmo. ¡Siga el baile!... Comenzaba a ocultarse el sol. La brisa venida del mar refrescaba los campos.
El cielo, mi cielo, el universo, el mío, la eternidad, mi eternidad, la gloria de las glorias, la mía, todo se concentra en él: y todos los caminos, los de esta vida y los de la otra, son calvarios y sendas de espinas sin su compañía y sin el brazo suyo para conducirme. Mi alma ya no es mía; está trasfundida en otra. Mi corazón ha perdido su ritmo propio para latir a compás de otro.
Como la más limpia nota de la aurora repiquetean campanas cuyo ritmo, de lenta isocronía, parece bajar de planos más altos aún que los altos campanarios, mientras como surgiendo de entre las apretadas piezas del entarugado pasan veloces los carros que llevan a domicilio «el pan nuestro de cada día»...
Palabra del Dia
Otros Mirando