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Actualizado: 2 de noviembre de 2025


¡Qué hombre más singular es este Simoun, qué ocurrencias tiene! dijo el P. Irene riendo.

Pero al regresar a la fonda y encontrarme con Gloria recobré de pronto la alegría y no pude menos de decirme riendo: «¡En medio de todo, no deja de ser chistoso que esos desharrapados me compadezcan por haberme casado con este lucero de la mañana y tener dos millones más en el bolsillo

Esto causaba gran regocijo en la tertulia, no por qué, sobre todo a las niñas de la casa, que aceptaban los títulos. Durante la noche representaban su papel como damas de teatro cursi. Al señor de Anguita le llamaban el gran duque de Anguitoff, y el pobre viejo aceptaba, riendo, el título.

A él le era imposible vivir si Amparito se negaba a amarle; necesitaba, para no aborrecer la vida, que ella se decidiese a ser su musa, su inspiración. Y el lindo bebé, aunque por costumbre seguía riendo, sentíase muy satisfecha en su interior de ser musa de alguien, honor que jamás alcanzaría su hermana Concha.

En la reunión le llamaban el poeta, y según murmuraban, una gran artista retirada y vieja se encargaba de su manutención y entretenimiento, hasta que sus versos le hiciesen célebre. Aquel fue mi primer amor decía riendo Leonora, al recordar el pasado.

Tomado así como testigo, Delaberge preguntó con su aire gravemente amable: ¿De qué se trata, señora? De ese deslinde que la Administración forestal quiere imponer. Palabras muy duras son éstas objetó Delaberge riendo.

¡Madre mía! dijo la aldeana riendo. ¡Pues no quería usted ser pocos animales: cordero, trucha, anguila, ratón!... ¡ni el arca de Noé! Es posible que Flora no supiera todo lo linda que era. Es posible igualmente que lo supiese demasiado bien.

Y como él insistía haciendo burla de aquellos trabajos, ella se resignaba diciendo: Bien, lo peor es para ti. A ver con qué vas a vestir a tu hijo cuando nazca. Descuida, chica replicaba él riendo. Tengo bastantes camisas para él y para ... ¡Sobre todo, si le gustan de cuello bajo!... Al cabo de un mes, la acción del aire y del sol había puesto a Cecilia mucho más morena.

Rafael se detuvo en la narración de sus proezas hípicas, viendo la sombra de una persona en el cuadro de la puerta, sobre el fondo de luz violácea del crepúsculo. ¡Ah! ¿eres ? dijo riendo. Pasa, Alcaparrón, no tengas miedo. Entró un mozo de escasa estatura, avanzando cautelosamente, de medio lado, como si temiera rozar la pared.

No podía dudarse que era hija de los heimatshlos errantes y vagabundos, aunque no fuese tan salvaje como ellos. Hullin se lo perdonaba todo: comprendía su carácter, y muchas veces le decía riendo: Mi querida Luisa, con las provisiones que nos traes esas gavillas de hermosas flores y de espigas doradas nos moriríamos de hambre en tres días.

Palabra del Dia

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