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Actualizado: 1 de julio de 2025
Poco después, como tratase de despedirme de él para unirme de nuevo a las monjas, me retuvo por el brazo. ¡Vamos, hombre, no haga usted más el oso! dijo riendo. ¿No le parece a usted que basta ya de guasa? ¿Cómo guasa? exclamé confuso. No contestó y seguimos paseando. Al cabo de unos momentos, la vergüenza que se había apoderado de mí, hizo lugar a la cólera.
Pero el aya, que ya había previsto ese movimiento, lo retuvo del brazo diciéndole: Dominad vuestra indignación, señor; si salís de esta pieza antes de oírme hasta el fin, nada podrá salvaros del deshonor y de la cárcel.
No soy tan ambiciosa; no me gustan las nulidades, y nada más. Nadie se considera como una nulidad. Candore, en particular, tenía una buena opinión de sí mismo y no retuvo de esta conversación más que la parte halagüeña: La joven americana no temía la madurez.
El capitán vaciló. «¿Qué motivo tenía para acosar á este desconocido?...» Y en el preciso momento que se formulaba esta pregunta, el otro retuvo un poco su marcha para volver la cabeza y darse cuenta de si le seguían. Se verificó en Ferragut un rápido fenómeno.
La meditación y el zurcido no le impedían mirar de vez en cuando a la calle, y la del Ave-María es mucho más pasajera que la de Raimundo Lulio. En una de aquellas miradas casi maquinales que la viuda echaba hacia afuera, como para poner solución de continuidad al temeroso problema que tenía entre ceja y ceja, vio pasar a una persona que le retuvo un instante la atención.
Al inclinarse León curiosamente sobre la caja de velas, la criatura se volvió, y en un movimiento de espasmo agarró el errante dedo del minero y por un momento lo retuvo con fuerza. León puso la estupefacta cara de un idiota, y algo parecido al rubor se esforzó en asomar a sus mejillas curtidas por el sol.
Gonzalo alargó la mano por entre las rejas, y la retuvo por el vestido. Espera. La tela crujió. Ya me has roto el vestido, ¿lo ves? Si no te disparases tan pronto... Y logrando cogerla por un brazo, la obligó a sentarse. ¡Qué barbaridad! exclamó la niña riendo. Así deben hacerse el amor los osos. ¿Me quieres? preguntó Gonzalo riendo también. No. Sí. No. Dame la mano de amigo.
Adriana se puso entonces a mirar la pareja de novios, mientras Charito buscaba inútilmente un motivo cordial de conversación. Yo los dejo, dijo al fin, hasta luego. Pero Adriana la retuvo. Y dirigiéndose alternativamente a ella y a Muñoz: No quiero quedarme sola con él; he pasado muchos días aburrida, muy triste, y él ahora, estoy segura, tiene intención de pelear.
Es que lo ve imposible. ¿Quién rompe esa muralla de carne? Pues cualquiera. Verá usted cómo voy allá y lo traigo en seguida replicó D. Martín, hombre de carácter enérgico y expeditivo, disponiéndose a levantarse. D. Juan le retuvo por la manga de la levita. No; déjelo usted... Acaso no quiera venir... Ya conoce usted su carácter.
¡Si pudiéramos pasar sin esa carta! manifestó Gonzalo con humildad. Tú no puedes figurarte lo violento que es para mí... ¿No bastaría que dejase de venir unos cuantos días a esta casa? Sí, sí; vete... ¡y no vuelvas! respondió, dando un paso hacia la puerta. Pero el joven la retuvo por una de las trenzas de sus cabellos. Vamos, no te enfades, hermosa.
Palabra del Dia
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